Tierras de Nemar
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Memorias de un Paladin

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Mensaje por Karuel Yanger Miér Mar 30, 2016 1:13 am

Memorias de un Paladín

Parte 1

Nací en el seno de una familia humilde. Mi padre un fornido y corpulento herrero nos mantenía a mi madre, a mi hermano mayor, a mi hermana melliza y a mí. Crecí hasta los quince años sin más preocupaciones que las de un joven lleno de vida, mientras me turnaba con mi hermano en el aprendizaje de los entresijos de la herrería. Gracias a ese duro trabajo en la fragua, desarrolle mis músculos, pues mi complexión era ancha como la de mi progenitor.

La vida era tranquila y agradable en la ciudad portuaria de Calir Damar. Un verano, todo cambió sin previo aviso. Las alcantarillas empezaron a emanar unos nauseabundos efluvios que envolvían los barrios de un olor pútrido. La gente comenzó a enfermar, los sanadores y curanderas no daban abasto. Y comenzaron las muertes en cadena. Los penetrantes olores de los cadáveres corruptos hicieron sonar las alarmas en los templos de la ciudad.

Los clérigos y las sacerdotisas hacían ímprobos esfuerzos por frenar la plaga. Los paladines comenzaron a investigar por todos los lados posibles... hasta que el mal latente que nos subyugaba se mostró sin reparos.
Un nigromante se había colado por las nada vigiladas fosas sépticas de la ciudad y allí había acometido su malvado plan. Primero nos diezmó con una horrible peste, y después usó los cuerpos que no habían sido quemados para sus macabros fines.

Levantó los podridos cuerpos con sus nefarios hechizos de perdición, y asestó un duro golpe a las defensas de la ciudad. Los soldados, presa del pánico, huían o morían y engrosaban las filas de las tinieblas. Solo los clérigos y paladines no se arredraron y organizaron la defensa de Calir Damar.

Mi hermano mayor había caído enfermo y mi padre había recurrido a sus contactos con los paladines que se debía a que muchas armaduras estaban manufacturadas por él. Acudió a visitarnos un paladín entrado en años, de pelo cano, porte orgulloso y semblante adusto. Fue parco en palabras: dijo a mis padres que, si querían salvar la vida de mi hermano, teníamos que trasladarlo al templo. Mi madre no lo dudó. Mi padre lo cargó en brazos todo el camino mientras mi hermano, febril, deliraba.

Recuerdo a mi madre rezar de rodillas a la cabecera de la cama mientras mi hermana le cambiaba las compresas frías para bajarle la fiebre. Otro paladín de la edad de mi padre se acercó y mantuvieron una charla. Cuando terminaron de hablar, mi padre salió con gesto grave. Regresó al cabo de unas horas como jamás le había visto, enfundado en una cota de malla con un pesado martillo de considerables dimensiones. Yelmo, brazaletes y grebas completaban el atuendo. Se me acerco y me dijo:

- Hijo, necesitan toda la ayuda posible y estamos en deuda con ellos, cuida de tu madre y hermanos-
Y se marchó. No lo vi en tres días. Mi hermano mejoraba gracias a los denodados cuidados de una sacerdotisa que había cogido cariño a mi hermana.

Al cuarto día, un clérigo se acercó y me dijo que corriera a la zona sur de la ciudad, cercana al puerto. Los paladines requerían mi presencia de modo urgente.
Corrí como nunca lo había hecho, pues un presentimiento inundaba mi mente y un escalofrío me recorría la espalda. Cuando llegue vi a mi padre salir de una casa cargando el cuerpo herido de un paladín. Lo posó como pudo para que lo atendieran mientras el paladín murmuraba un agradecimiento a mi padre. Me acerque deprisa para que me viera. Me abrazó con una fuerza que me dejó sin aliento. Luego, me pregunto:

- ¿Estáis todos bien? Asentí. Me lo soltó sin ambages. - Me muero hijo. No, no digas nada- me enseñó su cuello, donde dos agujeros paralelos todavía le sangraban.

Comprendí

Me volvió a abrazar, después me separo y se fue quitando la armadura ante la atenta mirada de otros paladines, clérigos y soldados.

- Mi armadura es... para tu hermano mayor; este anillo... para tu hermana; para ti... mi martillo: lo mejor que he forjado con mis manos. -

Las lágrimas resbalaban por su curtido rostro, su voz se entrecortaba por la emoción.

- Para tu madre... solo puedo ofrecerle mi corazón-

Un Paladín me ofreció una espada, y mi padre me sujeto por los hombros.

- Está consagrada, tienes que atravesarme con ella el corazón antes de que me convierta en una criatura sin alma. Solo quiero que sea alguien al que amo el que me lleve a la otra vida, y morir viendo tu cara para ir en paz-

No podía respirar, una opresión en el pecho y un temblor generalizado me tenía paralizado. No podía creerlo ni tan siquiera asimilarlo o comprenderlo.
Mi padre me puso el arma en las manos y descansó la punta contra su pecho. Cerró mis manos en torno al mango de la espada, las cubrió con las suyas y me susurro un sencillo - Os amo -

Fue un empujón violento y corto; el rictus de mi padre estaba relajado y una leve sonrisa evidenciaba que se había ido como quería: lleno de amor y paz.
Al parecer mi padre había sacado el solo a tres paladines heridos y a una sacerdotisa de una casa llena de vampiros. Había vencido a varios, pero el último le había mordido fatalmente.

Lo que aconteció después lo recuerdo vagamente, me enclaustré semanas enteras en el templo sin conciencia del tiempo ni de mi entorno, hasta que volví en mí y el paladín al que había salvado mi padre se hizo cargo de mí.
Así empezó mi noviciado en el templo y mi posterior instrucción como paladín de Innos, especializado en cazar muertos vivientes y luchar contra la magia negra.
Supe que mi hermana había ingresado como novicia de las sacerdotisas. Mi hermano se recuperó y tomo las riendas de la herrería para mantener a mi madre, aunque tanto los paladines como las sacerdotisas les asignaban mensualmente comida.

Pase duras pruebas, que narraré a continuación, hasta llegar a ser nombrado paladín. Renuncié a mi anterior nombre y me rebautizaron como Adjantis. Por mis hazañas me gané el sobrenombre de Protector, aunque es algo que prefiero obviar, pues no me siento cómodo todavía con él.


Última edición por Karuel Yanger el Sáb Jun 03, 2017 10:40 am, editado 1 vez

Karuel Yanger

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Memorias de un Paladin Empty Memorias de un Paladín parte 2

Mensaje por Karuel Yanger Vie Abr 08, 2016 11:05 am


Parte 2

Mis años de noviciado al servicio de los paladines en el templo de Innos pasaron rápido, era despierto y mi avidez de conocimientos era solo comparable a mis ganas de demostrar mi valía en el campo de batalla. El recuerdo de mi padre todavía pesaba como una losa.

A Calir Damar le había costado recuperarse de los estragos causados por el nigromante. El vil hechicero había huido cuando las cosas se le habían torcido. Pero el reguero de muertes y el infecto mal que nos había sacudido y golpeado aun coleaba de vez en cuando. Clérigos, paladines y sacerdotisas socorrían a la población cuando se comenzaba a propagar las alarmas.

Por otro lado, mi hermano mayor se ganaba bien la vida con el negocio heredado de mi padre. Hubo que reconstruir parte de las alcantarillas con metal mágico y bendecido por las tres órdenes, para que nunca jamás se volviera a repetir lo acontecido meses atrás. Fue mi hermano entre otros quien colaboró en su forja.
Mi hermana había demostrado grandes capacidades en su orden y se había convertido en una seria candidata a ser parte del servicio personal de la suma sacerdotisa de Khellos.

A mis veinte años comencé la instrucción como paladín de Innos, el entrenamiento era arduo e intenso. El único descanso eran las noches. Mi instructor, Lord Tarkum, esperaba grandes cosas de mí, y no cejaba en su empeño de machacarme todos los días.

Cierta ocasión siendo aún novicio intenté levantar el pesado martillo de mi padre, no fui capaz. Lord Tarkum me vio y con una carcajada me había dicho - Muchacho tienes buena planta al igual que tu padre, pero todavía te faltan muchas lunas para curtirte y poder levantar ese martillo- puso la mano sobre mi hombro y con una profunda voz cargada de sentimientos añadió - Me aseguraré personalmente de que lo consigas -

Y vaya si lo hizo, día sí día también mi extenuado cuerpo caía rendido ante la cama de mi celda.
No solo ejercitaba los músculos, mi mente bullía por la cantidad de conocimientos que ponían ante mí los instructores. Conjuros que los paladines y clérigos llevaban años usando de nivel bajo tenía que practicarlos con tesón y maestría pues te inculcaban que sus beneficios podían salvarte la vida a ti y a otros en más de una ocasión. No dudaba de ello lo había visto con mis ojos y experimentado en mis propias carnes.

De mi promoción destacábamos tres: Arklan, Elglum y yo. Arklan me caía bien, pues al igual que yo había perdido a uno de sus padres, concretamente a su madre. Tenía hermanos bajo el hospicio de los clérigos y las sacerdotisas. Era ágil y habilidoso con la espada y su incisivo sentido del humor era un soplo de aire fresco para sobrellevar la dura rutina del templo.

Elglum, por el contrario, era altivo y engreído. Se entrenaba para ser paladín campeón de Innos, y cualidades no le faltaban. Era algo menos corpulento que yo, pero bastante rápido. Su destreza para luchar era admirada por los instructores y a regañadientes por nosotros, que le sufríamos en los entrenamientos.

Solo Arlkan y yo conseguíamos plantarle cara de tanto en tanto, pues las derrotas eran muchas veces demoledoras. Tenía un don, peleaba con una soltura y contundencia que pocas veces éramos capaces de repeler. Manejaba el mandoble, la maza y el escudo mejor que algunos paladines veteranos. Provenía de una familia noble, era el tercer hijo varón del Conde de Mafer. Sus dos hermanos mayores eran el heredero del condado y un inteligente aprendiz de mago respectivamente, así que a Elglum le había quedado elegir entre los dos templos: el de los paladines o el de los clérigos. Y le gustaba más luchar que rezar aun sabiendo que los clérigos guerreros eran muy valorados. Suponíamos Arklan y yo que el voto de castidad tampoco le entusiasmaba por como miraba a las jóvenes sacerdotisas.

Lord Tarkun observaba nuestros denodados esfuerzos con mesura y templanza. Nos aconsejaba y nos guiaba con buen juicio y sabiduría, y para nuestra desgracia nos vigilaba como un halcón. A nosotros también nos gustaba mirar a las jóvenes sacerdotisas.

Cierto día sucedió lo que debía suceder entre jóvenes llenos de ardor y efervescentes hormonas. Estábamos luchando en el patio en duelo y me había vuelto a tocar Elglum. Tenía interiorizado aceptar las derrotas, aunque ponía todas mis fuerzas y empeños en no ser humillado. Peleaba a fondo como si mi vida dependiera de ello. Me imaginaba a mi padre el fatídico día de su muerte.

Ese día Elglum comenzó igual que siempre, repartiendo mazazos a diestro y siniestro con una velocidad y cadencia que apenas tenía tiempo de parar con mi escudo. El ímpetu de sus acometidas era brutal y no aminoraba la fuerza de sus golpes durante el transcurso del duelo. Arklan y yo le habíamos observado tardes enteras destrozar estafermos con su terrible mandoble. Era descorazonador enfrentarse a él.

Pero ese día me sentía inspirado, ya que mi hermana me había visitado y me había regalado para mi futura ascensión a paladín una túnica nueva y magnífica con un fastuoso bordado en el pecho del emblema de Innos (un sol radiante lanzando fuego abrasador) en hilo azul y oro. Me había besado en la frente bendiciéndome y deseándome suerte para mi prueba final, bastante cercana, por cierto.

Resistí los duros envites de Elglum con aplomo. No estaba acostumbrado a una resistencia tan larga, pero con la maza no asustaba tanto. Últimamente aguantaba bien sus ataques; lord Tarkum me había enseñado unas técnicas muy valiosas.
Elglum seguía aporreándome sin miramientos, sudaba por el esfuerzo y su gesto contrariado era muda muestra de que el combate no estaba desarrollándose a su gusto.

Cuando había duelos el público afluía al claustro del templo, que estaba atestado de paladines, clérigos, incluso altos mandos de la guardia y del ejército. A veces se realizaban campeonatos de combate entre los diversos cuerpos armados de Calir Damar, y a los paladines no les gustaba perder ni a las canicas. Valoraban mucho el prestigio y el carisma.
Elglum me lanzo un barrido bajo lateral, pero mi agilidad había mejorado mucho, así que salte con todas mis fuerzas hacia adelante y le sorprendí con la guardia baja. Asesté un tremendo mazazo a su escudo, levantado justo a tiempo. Toda mi rabia acumulada tras tantas derrotas afloró en un fluido y demoledor golpe.

Partí su escudo en dos, y por el rictus de dolor intuí que el antebrazo o se le había roto o al menos fisurado.
Después de eso me embravecí y una lluvia de mazazos cayó inmisericorde sobre mi rival hasta que, al retroceder tan rápido, se trastabilló y cayó sobre sus posaderas. Yo resoplaba como un toro, y mi mirada salvaje irradiaba una ira descontrolada. Elglum, acongojado y con el brazo malherido, no tuvo más remedio que rendirse.
Una ovación surgió de repente después de un silencio contenido por el vibrante combate. Eso le dolió a Elglum más que la derrota en sí.

Me habían repetido hasta la saciedad que jamás diera la espalda a un enemigo vivo, pero quería disfrutar de la gloria de la victoria que me henchía de orgullo. Elglum, me atacó a traición; lo vi por el rabillo del ojo, me giré a tiempo para esquivar parcialmente el golpe que me dio de refilón en el hombro izquierdo, pero me desequilibré y caí. Me golpeé la cabeza por quitarme el casco y quedé inconsciente.


Última edición por Karuel Yanger el Sáb Jun 03, 2017 10:42 am, editado 1 vez

Karuel Yanger

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Mensaje por Karuel Yanger Mar Abr 12, 2016 11:59 am

Parte 3

Me levanté con un fuerte dolor de cabeza, pero con unas buenas tisanas no tardó mucho en irse. Arklan fue el primero en felicitarme, por mi victoria, aunque fuera unos días más tarde. Me contó que a Elglum le habían reprendido duramente y le castigaron a hacer tareas de novicio durante un mes. A los paladines no les gustaba atacar a traición, en su código moral era una de las reproblables causas para degradar a un iniciado, y en las que más hincapié se hacía junto con robar y asesinar.

Lord Tarkum fue el segundo en verme, su visita fue corta, pero me animó mucho.

- Te voy a poder llamar muchacho por poco tiempo, ya estás preparado para la segunda fase de la instrucción -

- Gracias, señor-

- Te lo has ganado, y de forma muy convincente. Me ausentaré un par de días del templo y luego vendré a buscarte para iniciar la parte de la instrucción que te queda - dijo enigmático.

- Estaré listo, señor – afirmé.

- No me cabe duda – sonrió.

Lord Tarkum me dejó intrigado. Una segunda fase de instrucción era algo que yo desconocía y tampoco sabía de otros paladines que la llevaran a término. Con Lord Tarkum nunca se sabía.
Me preparé para lo inesperado.

Era la noche del segundo día y mi inquietud era solo comparable a mi impaciencia. Paseaba por mi celda de un lado a otro como una bestia enjaulada, agitado y furioso.
Unos leves golpes sonaron en el pasillo; a esas horas retumbaban, como tambores de guerra. La puerta se entreabrió y por el quicio asomó Lord Tarkum, ataviado como un ladrón.
Me hizo un gesto para que le acompañase, me tendió una capa con capucha.

- Póntela - susurró

De esa guisa salimos subrepticiamente del templo de los paladines de Innos por las cocinas vacías al amparo de la noche.

- Vamos al barrio del puerto, allí tienes que hablar con alguien- dijo misterioso, con voz apenas audible

Nos movimos con presteza usando callejuelas húmedas y oscuras, y descendimos la parte alta de la ciudad como si huyéramos. Estaba asombrado y emocionado al mismo tiempo. Para un joven que rara vez salía del templo, aquello era toda una aventura.

Entramos en el barrio del puerto. La niebla nos ocultaba de cualquier mirada indiscreta, los faroles parecían mecerse perezosamente en el lento fluir de la densa boira. El agua golpeaba suavemente el muro del puerto y balanceaba los barcos amarrados, haciendo crujir las cuadernas en conjunción con el sonido de nuestras pisadas sobre el mojado pavimento de piedra. Para mí era recordar una melodía escuchada en mi niñez, cuando bajaba con mi madre y mi hermana a la lonja de pescado a las primeras luces del alba. Los olores seguían siendo ora hediondos por las inmundicias del puerto ora frescos por la brisa marina.

Lord Tarkum me cogió del hombro y me saco de mi ensimismamiento ensoñador.

- Hemos llegado, es aquí - dijo lacónico

Levante la vista y vi un edificio destartalado, corroído por el salitre.
Lord Tarkum llamó a la puerta descolorida. Esperamos unos instantes. Unos ojos desconfiados aparecieron por la mirilla. Nos escrutaron a conciencia, nos descubrimos para que nos viera bien, y sin mediar palabra, cerró la mirilla. Lord Tarkum me guiño un ojo. Le respondí con un levantamiento de cejas.
La puerta se abrió de repente y puse una horrenda cara surcada de cicatrices rematadamente mal cosidas a esos ojos desconfiados. Sin embargo, por sus movimientos al andar supe que ese hombre feo y enjuto, era mortífero. Llevaba capa al igual que nosotros y por el rabillo del ojo vislumbre varios destellos en su cintura. Seguro que llevaba un cinturón de dagas arrojadizas y normales.

- Seguidme, os están esperando - dijo con un tono desagradable, evidenciando o bien su desacuerdo con nuestra presencia o bien su molestia de tener que hacernos de mayordomo. Quizás por las dos cosas.

Subimos unas escaleras y nos dejó ante una puerta del mismo aspecto terrible que el resto de la casa.
Con un gesto nos indicó que pasáramos adentro.

- Aquí tiene a sus ilustres y distinguidos invitados, maestre cofrade- soltó con sorna, y sin esperar respuesta, se giró y se fue.

Una figura gruesa, que no gorda, miraba por la ventana a la oscuridad del puerto. Sin volverse nos saludó.

- Bienvenidos a mi humilde morada. Disculpad los modales de Ergluj, no está acostumbrado a tratar con visitantes... sus especialidades son otras-

-No pasa nada, maestre cofrade, no nos sentimos ofendidos- respondió Lord Tarkum

- Bien, entonces- se giró- me alegro de que hayáis podido venir, lord Tarkum. ¡Ah que alegría! Veo que habéis traído con vos al joven y prometedor Adjantis- dijo cuándo reparó en mí. - Sentaos, por favor - añadió

Nos sentamos. El aspecto del maestre cofrade era sin duda curioso, por no decir insólito, una cicatriz le cruzaba la mejilla derecha, tenía la cara picada levemente de la viruela y la barba le crecía rala y escasa. Tenía el pelo negro, largo y grasiento. Pero lo que más llamaba la atención era el ojo de diamante pulido que llenaba la cuenca del ojo izquierdo.
Posó plácidamente las manos entrelazadas sobre su abdomen, cada dedo tenía un trabajado anillo de diversos metales preciosos, pero había uno con un símbolo labrado de una daga cruzada con una ganzúa. Ese era el distintivo inequívoco de que nos encontrábamos en una de las casas del maestre cofrade que regía el gremio de ladrones y asesinos de Calir Damar.

- Veo que tu aprendiz de paladín es observador y no se le escapa una- comento jocoso cuando me vio mirar fijamente el anillo.

- Es una de sus muchas cualidades- contesto con una media sonrisa Lord Tarkum

- Excelente, no esperaba menos del hijo del mejor herrero y más valiente guerrero que he tenido el placer de conocer- dijo, mirándome inquisitivamente a los ojos.Esa mirada traspasaba el alma. Os lo puedo asegurar.

- ¿Queréis algo de beber o comer? - preguntó amablemente.

- Para mí no, pero al muchacho no le vendría mal una infusión que le tranquilice- respondió Lord Tarkum

El maestre cofrade asintió con la cabeza y, sin apenas levantar la voz, pidió la bebida.

- Bueno, te lo diré sin rodeos hijo. Soy el jefe de los ladrones y asesinos de esta ciudad, y he solicitado a tu mentor que te trajera a mi presencia hoy porque tengo una cuenta pendiente contigo. - dijo sin darle importancia, aunque a mí me dejo de piedra. - Y a mí me gusta saldar todas mis cuentas-

Perplejo como estaba no acertaba nada más que a respirar y a contener mis esfínteres. Bajo esa apariencia amable su tono de voz era demoledor y contundente, y con su aspecto y estatus, sus palabras no se las tomaba nadie a guasa. Si alguien lo hacía moría irremediablemente.
Llegó la infusión. Ergluj me miró torvamente con los ojos entrecerrados y para rematarme me espetó:

- ¿Preparado para lo que vamos a hacer contigo? -

Di un respingo en la silla. Lord Tarkum me sujeto la taza, en tanto sonreía maliciosamente.

- Creo que está al borde del síncope- rio

-Estar en tensión siempre es bueno- comento Ergluj

- Esta bien, nuestro propósito es matarte muchacho... del susto- soltó de repente el maestre cofrade, esa vacilación, hasta que dijo susto casi me hizo desmayar.

Todos rieron al unísono a mi costa, ya que debí tornarme pálido y tembloroso. Aun así, hice acopio de valor y lancé una bravata.

- Eso habrá que verlo-

No sonó, muy convincente porque no me hicieron mucho caso, pero al menos pararon de reír.

- Relájate muchacho, estamos aquí para que conozcas unos hechos que hasta la fecha ni tan siquiera imaginabas- me tranquilizó Lord Tarkum

-Así es. Todo sucedió durante la época del nigromante. Por aquel entonces el gremio al que represento estaba en una guerra clandestina con los paladines, por otro lado, enemigos más duros y resistentes- narró el maestre cofrade, y prosiguió- Sabes Adjantis, yo conocía a tu padre o, mejor dicho, él me conocía a mí. Por aquel entonces no era maestre cofrade, era Raklesh el sinuoso- hizo una mueca para sí mismo de disgusto-

>> Me había enterado de que en la parte alta de la ciudad vivía un prodigioso herrero, cuya fama era inmensa. Hacía poco que había adquirido una gema mágica de la casa de un mago que, me dejó esta cicatriz que ves - se señaló la cara - quería una daga que nadie más tuviese, y mi intención era que tu padre me la forjase, pero no tenía dinero.

>> Me disfracé de noble y acudí a ver a tu padre para hacerle el encargo con un boceto hecho por mí con la forma de la daga. Tú padre me miró brevemente y prestó más atención al dibujo que a mis especificaciones.

>> - No me gusta juzgar a la gente, ni soy ingenuo cuando alguien me encarga una daga de estas características, Galiro - Me dijo tu padre. Me dejó como tú estabas hace un momento: sin capacidad de reacción. Sabía mi verdadero nombre y, lo que, es más, me había reconocido muchos años después a pesar de mi disfraz que, no era nada malo.

>> - Te la forjaré, solo espero que no la uses para fines incorrectos; espero que me la pagues algún día. Confío en ti, Galiro-

Se lo juré por mi madre, lo más sagrado para mí, aunque no quedo muy convencido. Después indagué como me había conocido y llegué a la conclusión de que habíamos sido vecinos en la infancia. Cada uno prospero a su manera, pero tu padre siempre fue justo conmigo cuando éramos niños.

>>Me forjó la daga- abrió un cajón de su mesa y nos mostró una daga enjoyada en la empuñadura con un rubí; la hoja estaba labrada con exquisitez y el mango era elegante, de hueso pulido y satinado- Es la mejor arma que he tenido el placer de usar, perfectamente equilibrada y templada; su diseño es singular y majestuoso: digno de un rey.

>> He intentado cumplir la promesa que le hice a tu padre, aunque a veces no he podido y la he tenido que usar para fines de dudosa moralidad. Gajes del oficio. Esa fue la primera vez que me encontré con tu padre, siendo adultos.

>> La segunda fue durante la lucha contra las hordas oscuras del nigromante. A pesar de la enemistad con los paladines, fuimos nosotros quienes les avisamos de que estaban apareciendo criaturas nefarias. Estábamos desbordados, así que tomamos una decisión y firmamos una tregua. Guiamos a los paladines por las alcantarillas y allí se libró una batalla épica y tremenda.

>> Pero eso ya lo sabrás. Lo que no conoces, fue que tu padre logró ser el artífice de ese armisticio con sus actos. Habíamos sido acorralados en el puerto. Luchábamos como nunca lo habíamos hecho, nuestras vidas y nuestras almas dependían de ello.

>> Nos superaban ostensiblemente hasta que solo quedamos Ergluj y yo. Nos tiramos al agua, pero para nuestra sorpresa de allí salían zombis. Habría sido nuestro fin de no ser por tu padre y Lord Tarkum. Tu padre se abrió camino reduciendo a una pulpa gelatinosa y sanguinolenta a una cincuentena de monstruos. Verle blandir ese martillo suyo era un espectáculo.

>> Lord Tarkum iluminó la zona y la protegió con sus conjuros. Tu padre nos sacó de allí cargando conmigo que había perdido este ojo- se golpeó levemente el diamante. - Todas las vidas son valiosas, Galiro, todas. Y aunque no me pagaste la daga, no te iba dejar morir, he traído a un paladín para que te cure y habléis –

>> Un enemigo común de ese calibre, que amenazaba toda la vida y obviamente sentir el peligro, el miedo y la muerte rodeándonos … diezmando ambos bandos, nos hizo estar receptivos a llegar a un acuerdo por la supervivencia.

>> No solo me salvó la vida a mí, sino a toda la ciudad. Por ello estoy en deuda doble contigo. La primera es el pago de la daga - se quitó el anillo de la daga y la ganzúa - Este anillo es el símbolo universal de nuestras cofradías por todo el mundo hasta, Arijuk el Sanguinario que, surca los mares con su barco pirata tiene uno.

>> Sólo los maestros cofrades lo tienen, el mío es para ti, si alguna vez necesitas usarlo será reconocido por cualquier ladrón o asesino en todo el mundo. La deuda respecto a mi vida tiene que ver contigo, pues con tu padre no la puedo saldar. Lord Tarkum me ha pedido que complete tu instrucción como paladín cazador de muertos vivientes, y he accedido. Entraremos en las alcantarillas y allí lucharás con alguna criatura nefaria para que vayas cogiendo soltura y experiencia de cara a tu ascensión final a Paladín de Innos y hasta Ergluj te enseñará alguno de nuestros trucos.

<<¿Estás preparado para lo inesperado?>> pensé no estándolo.


Última edición por Karuel Yanger el Sáb Jun 03, 2017 10:47 am, editado 1 vez

Karuel Yanger

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Memorias de un Paladin Empty Memorias de un Paladín parte 4

Mensaje por Karuel Yanger Jue Jul 07, 2016 11:45 am

Parte 4

Quiebro a la derecha.

La fetidez que inundaba mis pituitarias era ya soportable, el cieno desagradable y viscoso en el que chapoteábamos era insufrible, pero llegabas a habituarte a moverte en las repulsivas alcantarillas.

Quiebro a la izquierda.

Lo que era realmente odioso era luchar contra aquellas criaturas en descomposición. No eran rápidas, ni sus ataques poderosos; sin embargo, sus ojos vacuos, vidriosos, sin rastro de la vida que antes tenían, era lo más escalofriante. Sus gemidos y lamentos laceraban mis oídos.

Quiebro a la derecha.

En aquel laberinto, donde solo los ladrones se orientaban por algún código de señales secreto, la muerte provocada por el nigromante estaba latente. Los efluvios del caos subyacían en el fango que nos empeñábamos en perturbar.

Parada en seco.

La instrucción en el templo de Innos era un paseo en comparación con lo que realmente era ser un paladín cazador de muertos vivientes.

Susurros y gestos.

Me tocaba ponerme a la cabeza del grupo. Palmada de Lord Tarkum, sonrisa torva de Ergluj.
Le eché arrestos a la situación, puse mi mejor rictus de recio guerrero, aunque por dentro temblara como una hoja en un vendaval.

Me adentré en el tenebroso pasillo. Se oían de fondo horribles gruñidos, me detuve a la mitad del corredor. Mis pies se afianzaron en el asqueroso limo. Unos fugaces destellos de ojos verdosos se fijaron en mí. No lo dude, blandí el martillo heredado de mi difunto padre como un ser acorralado por monstruos ávidos de probar mi sangre, cosa que era lo que iba a ocurrir.

Aplasté a uno de los seres. Otro se lanzó salvajemente contra mí; con un golpe de mi escudo lo empotré contra la pared. Eran carroñeros necrófagos. Veloces y fieros, los más detestables y peligrosos.
No cedí. Martillazo a la siniestra. Otro crujido de huesos y chillidos de rabia y dolor. Martillazo a la diestra y golpe de frente a otro carroñero que venía de frente. Cayó de espaldas.

Mi visión, mejorada por los hechizos, me permitía ver bastante en la oscuridad, así que, obviamente, vi como uno de los carroñeros corría y en un fluido movimiento saltaba se apoyaba en la pared, esquivaba mi martillo y se me agarraba al cuello y mordía con saña mi casco.

El peso me desequilibró hacia atrás. Previendo el desenlace, me impulsé con fuerza, y dejé caer mi cuerpo, la criatura se estampó contra la pared del angosto pasillo. Volví a afianzar mis pies, pero otros dos carroñeros saltaron a por mí sin piedad por su parte ni tiempo de reacción por la mía. Me cogieron de los brazos y atacaron con sus fauces pútridas.
Lancé un puntapié al que me sujetaba el brazo del martillo. Enviándolo unos pasos más atrás, y acto seguido, machaqué la cabeza del otro que me sujetaba el escudo. Cayó desmadejado al hediondo légamo.

Volvía a por mí, lo recibí con un buen barrido de escudo que lo desplazo de nuevo. En tanto, el carroñero de mi espalda no dejaba de castigarme, impidiéndome moverme con libertad e intentando arrancarme el casco.
Solté el martillo que quedó colgando por la correa atada a mi muñeca. Lo agarré con mi guantelete del interior de su apestosa boca y lo sacudí, golpeándolo contra las paredes hasta que me soltó. Volvía por tercera vez el carroñero que se empeñaba en hacerme retroceder. Sin pensarlo reaccioné lanzando al carroñero que tenía agarrado, contra el que cargaba contra mí.

El golpe fue sorprendente para los dos, y los desorientó lo suficiente para volver a asir mi martillo y dar rienda suelta a mi furia. Bajo una lluvia de martillazos, mezcle los restos sanguinolentos de carroñero con el infecto tarquín.
Una vez vencidos, rematé a los que había herido y me acerqué a ver lo que estaban comiendo. No eran muy escogidos, los restos de un zombi seguían moviéndose entre estertores. Terminé mi trabajo reduciendo a pulpa todo lo que seguía moviéndose. Después invoqué los salmos aprendidos en el templo de Innos y purifiqué aquel inmundo corredor de la depravación del nigromante.

Lord Tarkum y Ergluj, que habían estado observando, me miraron con un silencioso respeto, cabeceando con aprobación. Ergluj me tendió un brebaje que entonaba el cuerpo y encendía el ánimo luego de un encontronazo como aquel.

-Por hoy es bastante, quiero un baño caliente y bien largo- dije lacónico

Mis acompañantes sonrieron y me guiaron de vuelta a la civilización.

Raklesh me dio la enhorabuena por haber acabado con un grupo de carroñeros necrófagos. Aunque solo llevábamos unas semanas deambulando por las alcantarillas, a mí me parecían años. Me sentía profundamente preparado para la labor que tenía por delante.

Me quedaban dos días de entrenamiento, y terminado este, una semana para la ceremonia de graduación como paladín de Innos.
Ergluj me había enseñado, a regañadientes, muchas triquiñuelas del mundillo y movimientos y tácticas especiales de los ladrones. A partir de entonces siempre llevaba una buena daga conmigo.
Según Lord Tarkum, me quedaba la prueba definitiva: enfrentarme a los sin alma, seres a medio camino entre no muertos y espectros. Mortíferos, despiadados y sanguinarios, su único propósito era matar por diversión todo aquello que encontraban. Los propios no muertos huían de ellos.

Habían localizado un nido de ellos, quizás el último reducto en las alcantarillas de las huestes impías del nigromante. Me preparé a conciencia, y memoricé los hechizos más poderosos, que estaban a mi alcance, pues los iba a necesitar. Revisé mi equipo, añadiendo un par de pociones extra. Bien pertrechado, hice de tripas corazón para sacar valor frente al duro trance que me esperaba.

Esta vez no estuvimos dando tumbos por el laberíntico submundo, fuimos a tiro fijo. Aparecimos a pocos metros de los sin alma. Según Lord Tarkum se devoraban su propia carne, un hecho nada halagüeño.
Desprendían un aura maléfica que desmoronaba el valor y la razón, Lord Tarkum llevaba razón en que sólo los paladines bien adiestrados podían enfrentarse a ellos.

Estaban situados en una salida cercana a la alcantarilla que daba a un rio y a un bosquecillo cercano. Los ladrones y Lord Tarkum les habían permitido salir a un área más abierta para que me enfrentara ellos en la penumbra de la noche de luna llena. Les habían cercado con encantamientos para que no escaparan y sembraran el caos.

- Lo único que te puede ayudar esta vez es tu fe en Innos - Me susurró Lord Tarkum

Había bendecido mi martillo, pero no había tomado ninguna poción, aunque mi mentor me había recomendado beber un bebedizo de fuerza de voluntad. Quería probar mis límites.
Murmuré un hechizo de aura de protección para reforzar mi armadura contra la magia negra de los sin alma,y sin darle más vueltas, caminé resuelto a enfrentarme a mi última prueba.

El sigilo no formaba parte de mis cualidades, así que me oyeron mucho antes de lo que esperaba, y se movieron medio andando, medio levitando, con una estrategia envolvente. Me rodearon y se lanzaron a por mí.
Hice un molinete con el martillo, que los hizo retroceder momentáneamente, pero sus ataques no se centraban en el cuerpo a cuerpo. De repente, una oleada de desmotivación y desesperanza me inundó, dejándome sin determinación. Una gélida ráfaga exhalada en soplos negros me entumeció los miembros. Les vi acercarse hasta rozarme. Caí con un ruido sordo contra la hierba.
La mente se me nubló y el miedo atenazó mis sentidos haciéndome temblar de forma incontrolable. Sentía como absorbían mi alma y se alimentaban de mi esencia vital. Las fuerzas me abandonaban y un pánico cerval se apoderó de mí. Desfallecí y quedé semiinconsciente.

Agotado como estaba acepté mi destino y me dispuse a reunirme con mi padre. Esto supuso el punto de inflexión que sirvió como acicate para no desalentarme. Una epifanía me elevó a los recónditos entresijos de mi mente revelando la comprensión de que mi fuerza provenía de mi sacrificio y amor por los que me amaban o me habían amado.
En ilapso, al quedar desnudo y vulnerable ante la percepción de mi fe verdadera, un sol radiante disipó mis miedos. El poder que irradiaba Innos sujetó mi alma a mi cuerpo, me despejó y aclaró mis sentidos.

Desperté...

Levante levemente la cabeza, y entre mis párpados entrecerrados vi correr desencajado a lord Tarkum. Elevé una mano con la palma abierta para frenarle.

Se detuvo en seco.

Acto seguido agarré con una mano el cuello de una de las criaturas que me intentaba succionar la vida, ahora sin éxito. Oí crujir sus huesos. Un aura brillante me envolvía. Si los sin alma hubieran podido expresar su estupefacción los hubiesen hecho.

Me incorporé...

Solté la carcasa del ser. Así mi martillo con las dos manos y concentré todo mi poder en mi arma. Barrí en redondo a mis enemigos como si estuviese segando hierba. Los restos de los sin alma volaron alrededor, despedazados por mi martillo imbuido con la fuerza divina de Innos.
Fui la primera vez que sentí la presencia de mi Dios.
Una semana más tarde me gradué en una ceremonia fastuosa en el templo de Innos como Paladín cazador de muertos vivientes.

Y un mes más tarde nos encomendaron nuestra primera misión...


Última edición por Karuel Yanger el Sáb Jun 03, 2017 10:51 am, editado 1 vez

Karuel Yanger

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Memorias de un Paladin Empty Memorias de un paladin Parte final ( sobre como gane el apodo de protector)

Mensaje por Karuel Yanger Miér Ene 11, 2017 12:58 pm

Parte 5 y última (sobre como gané el apodo de Protector)


Habíamos recibido un aviso inquietante confirmado por con cada mercader que venía por el camino del este. Un pueblo fronterizo del reino estaba siendo escenario de extraños y peligrosos sucesos. Al principio no se dio crédito a las habladurías y rumores de provincianos, pero el último mercader tuvo los arrestos de traernos un cadáver con evidencias de que algo maligno se había instalado en la región.

El consejo de altos paladines decidió mandar un grupo de reconocimiento para que investigara lo ocurrido. No se tomaron la amenaza a la ligera, pues fueron elegidos tres paladines veteranos y tres novatos, entre los que nos encontrábamos Elglum, Arklam y yo.

Elglum era el campeón de Innos, y aunque no me gustara reconocerlo era un guerrero formidable. En el campeonato de guerreros de Calir Damar había quedado el segundo por detrás de una joven promesa de la guardia de élite del palacio. Tuve la fortuna de observar el duelo; el despliegue y derroche de fuerza y poder de ambos contendientes había sido impresionante.

Entre los asistentes se comentaba entre susurros de admiración y sorpresa que el magnífico combate era de los pocos que se podían comparar con el famoso enfrentamiento entre Sir Galtor otrora capitán de la guardia de élite y Lord Fautmer posterior decano de los paladines. Esa vez el triunfo fue para los paladines, pero los registros de la época narran con fluida prosa el enfrentamiento épico. Los juglares compusieron cantares que aún hoy perduran en la memoria de la gente.

Arklam había tomado el camino de paladín inquisidor, le gustaba investigar y tenía una gran capacidad para deducir lo que había acaecido en situaciones complejas y enmarañadas. Perseveraba hasta encontrar la solución y esta habilidad solo era igualada por su elocuencia y rapidez mental, muchas veces providenciales, sobre todo, para sacarnos de líos cuando éramos novicios.

Siempre le habían gustado los rompecabezas y devoraba los libros de ingenio que caían en sus manos. Muchas veces yo pensaba que podía haber sido perfectamente un gran mago si no hubiese ocurrido lo del nigromante. Me instruía en materias que me costaba asimilar e iluminaba mi ignorancia sobre temas teológicos, como el de los Arcontes y los Demonios.

Los paladines veteranos resultaron ser nuestros tutores, algo que era de esperar. Durante el primer año siempre se acompañaba a los nuevos paladines en sus misiones. Como se suele decir, la experiencia es un grado. Así también nos tenían controlados para evitar posibles contingencias que hicieran perder prestigio u honor a la orden.
Nos reunieron en una sala y nos comentaron los hechos y, también nos mostraron el cadáver. Para mi satisfacción Elglum acabó vomitando.

<<No te queda nada, campeón de Innos>> pensé con regocijo.

El que me sorprendió fue Arklan. Rápidamente empezó a examinar el cuerpo exánime. Su rigor mortis era a todas luces antinatural.
No me acerqué mucho, ya tenía bastante experiencia adquirida en lugares de los que prefiero no acordarme. Con un vistazo supe qué lo había atacado, un cruce de miradas con Lord Tarkum y todo estuvo claro. Nos enfrentábamos a algo lo suficientemente problemático como para subestimarlo. Arklam acabó deduciendo qué tipo de criatura le había atacado. Todos me miraron como cazador de muertos vivientes. Asentí.

- Las heridas las ha infligido un demonio; por su tamaño y profundidad, lo más seguro es que fuera un demonio menor - dije lacónico.

Un alto paladín me sonrió.

Proseguí - Lo malo es que estos seres son invocados, y además suelen traer consigo la promesa de hacer lo posible para traer a este plano a su señor, que es lo que muchos hechiceros no saben –
Dejé estupefactos a mis oyentes salvo al alto paladín, en cuyos ojos vi un brillo de aprobación.
- El hechicero acaba sirviendo de recipiente no deseado, en la mayoría de las ocasiones, para el maléfico señor de la oscuridad. Pero hay un caso peor- Todos contuvieron el aliento- Si el hechicero no es engañado, si lo hace a sabiendas, eso dejaría la puerta de invocación abierta permanentemente para cualquier ser demoniaco o del mundo de la sombra, que podría entrar a placer en nuestro mundo y sembrar el caos por doquier. -

Eso remató a Elglum que temblaba como un arbolillo en un día de viento. Una cosa era enfrentarse a humanos, pero las criaturas y monstruos de la oscuridad eran harina de otro costal.

-Bien explicado, joven Adjantis. Por eso hemos acordado con la guardia y el ejército que se envie un destacamento por precaución junto con algunos miembros de las tres órdenes. Vosotros seréis la avanzadilla junto con un par de clérigos que os acompañaran. - informó el alto paladín

Nos preparamos a conciencia, les dije a Arklam y al sensible Elglum - Tomáoslo a vida o muerte, no hay otra alternativa con el mal-.

Me hicieron caso por la cuenta que les tenía. Elglum consagró su mandoble y memorizó todos los conjuros de campeón de Innos que fue capaz en tan poco tiempo. Arklam preparó pociones y ungüentos aparte de su equipo. Por mi parte memoricé hechizos de protección contra el mal y bendije mi equipo y recabé información valiosa de todos los tipos de demonios que fui capaz de encontrar.

Por la confianza que tenía conmigo, Arklam me confesó preocupado - Adjantis, me han encomendado la guardia y custodia de una runa para pedir un tipo de ayuda " diferente" si la necesitamos-

- Si el consejo lo cree conveniente, no veo mejor portador que tú- intenté calmarle y subir su confianza.

- Gracias, amigo. -

Los clérigos se nos unieron a la hora de salir del templo de Innos. Seguían a Adannos, el hermano de Innos. Uno de ellos era un reputado guerrero, el otro un conocido sabio y sanador, experto en luchar contra la magia negra. Gracias a él se habían salvado muchas vidas en la plaga del nigromante.
Sus nombres eran Arkanthus y Zelmar. Eran como el punto y la i. Arkanthus fornido, corpulento, y de músculos abultados, de mirada severa y rictus serio. Poco ortodoxo, pero muy eficaz en el combate. Era famoso por haber acabado el sólo con una secta de fanáticos que sacrificaban recién nacidos a una deidad tenebrosa. Se decía de él que era implacable e irreductible.

Por el contrario, Zelmar era espigado y alto, afable y muy cercano y educado. Decían que era la compasión en persona, por el terrible sacrifico que había realizado al estar cinco días seguidos sin dormir, para salvar vidas de inocentes, velando a sus enfermos con un tesón encomiable. Ese afán protector era igual de fuerte que su sed de conocimientos para frenar la magia negra que, había sido la causante de los estragos en Calir Damar. Siempre aparentaba tranquilidad, aunque no paraba de juguetear con un símbolo de La Tríada que ya no se veía mucho, salvo en manos de clérigos.(La Tríada estaba formada por los tres dioses hermanos: Innos, Adannos y la diosa Khellos).

Por cortesía de las sacerdotisas de Khellos, portábamos unas capas de exquisito corte y tacto suave pero resistente a la intemperie, y un hatillo de ropa especial para montar. Nadie trabajaba el género textil como las sacerdotisas de Khellos, su maestría era divina. Lo que se agradecía pues las ropas que normalmente llevábamos (pues no siempre llevábamos la pesada armadura) eran monásticas y ásperas.
La ventaja de tener una hermana sacerdotisa eran que mis mudas eran de mejor calidad. En viajes largos a caballo eran un alivio.
- Estos paladines siempre tan presumidos - oí decir entre dientes con desaprobación a Arkanthus.

- ¿Cuánto has viajado a caballo, mi buen clérigo? - preguntó conociendo la respuesta, Lord Tarkum

- No tengo estas piernas musculosas por montar jamelgos, mi buen paladín- respondió con retintín Arkanthus.

- Sí, lo tuyo son los asnos, me han dicho, al parecer entre tercos os lleváis bien - le zahirió Lord Tarkum

- Haya paz entre nosotros, hermanos, tenemos una ímproba misión de ostensible peligro para todos- dijo conciliador Zelmar

Siempre hablaba tan rimbombante, me hacía gracia.
La mirada hosca de Arkanthus chocó con la sonrisa sardónica de mi tutor: el viaje iba a ser cuanto menos interesante con las puyas de estos dos. Conocía bien a Lord Tarkum.

Los clérigos para ir más rápido, montaron en una carreta, lo que no estaba tan mal a mi juicio, pues no hubo que cargar los pertrechos y las armaduras en los caballos, que terminaran más cansados por el sobrepeso.
Siendo optimistas, tardaríamos una semana en llegar, pues el otoño iba avanzado y pronto llegarían las lluvias. Pero los clérigos no montan.

En nuestro trayecto vimos campos con la cosecha ya recogida, y las alpacas preparadas para alimentar a los animales en invierno, granjeros y campesinos laboriosos afanados en sus quehaceres. Todo muy monótono como cabía esperar hasta que llegamos a la última posada del pueblo limítrofe con nuestro destino.

Paramos para pasar la noche, descansar y recabar información en la posada. Nadie se negó a hablar o a colaborar, por lo general eran gente sencilla dedicados a una vida sencilla sin apenas problemas. Arklam hizo gala de sus dotes inquisitoriales, a pesar de los relatos deslavazados y algo exagerados, todos coincidían en un punto funesto y es que el que había ido al pueblo contiguo, no había vuelto. Normalmente casi todos tenían parentesco y el comercio entre pueblos vecinos era algo habitual. Estos hechos avanzaban el desastre.

Durante el viaje me había fijado sobre todo en el escuálido Zelmar, quien me había despertado una curiosidad que no quería quedar sin satisfacer.

- ¿Puedo preguntarte por algo que me ronda la cabeza sobre ti?, si no es molestia. -

- Claro, mi joven paladín, aclararé cualquier duda que esté dentro de mis humildes conocimientos - me respondió

- ¿Por qué llevas símbolos de diferentes deidades si eres un clérigo de Adannos? - quise saber

Arkhanthus bufó mirándome con los ojos entrecerrados, contrariado por lo que se avecinaba.

- Tranquilo Arkhanthus, es una pregunta inocente; no la ha hecho Lord Tarkum- medió Lord Felmar

- Ya sé, ya sé...- continuó Zelmar - disculpa a mi compañero, no está de acuerdo en que llevé emblemas que no sean de Adannos, y menos que hablé de ellos.

>>Pero para responderte, la razón es sencilla, amo lo que representa la unión espiritual de las deidades que, con su hermandad divina, auspician con sus designios nuestro porvenir- contestó Zelmar

- Bfff, menos mal que era sencilla - dijo con sorna Lord Tarkum- menudo testamento, Zelmar.

- Ahorraré tus burlas, Lord paladín, al menos algunos tenemos principios de los que estar orgullosos - le advirtió con una mirada ceñuda Arkanthus.

- ¡Ahhh!, pero no es acaso, un gran pecado para un clérigo mostrar orgullo, aunque sea de sus creencias. - dijo a modo de escarnio mi mentor

- ¡Basta! Os comportáis como niños malcriados, que vergüenza dos adultos con vuestra reputación y responsabilidades. Mejor quedaos con las verduleras en el mercado. - Les reprendió harto Lord Felmar. Con Lord Felmar no valían las tonterías por mucho tiempo.

Al día siguiente llegamos al pueblo en cuestión. Íbamos con las armaduras puestas y concentrados en todo lo que nos rodeaba. El aire no era fresco, la población estaba desierta y, una brisa cálida barría el suelo levantando polvo y meciendo la seca vegetación. Todas las puertas y contraventanas cerradas. El chirrido metálico de un bocín contra la clavija de un carro destartalado movido por el tenue viento, era el único sonido prueba evidente del abandono de un pueblo fantasma.

Por el rabillo del ojo capté un movimiento fugaz, bajé como un resorte de mi montura y corrí tras la esquiva silueta, todos se alarmaron y el sonido de armas desenvainadas resonó en la parsimoniosa quietud. Doblé una esquina y, una pequeña figura se escabullía por un callejón y entraba por una ventana mercenaria. Salí y avisé a mis compañeros que rodearon la casa interpretando mis gestos.

- ¿Qué has visto muchacho? ¡Menudo susto! - me preguntó Lord Artish el mentor de Arklam

- Creo, sino me equivoco, que una niña de unos 6 ó 7 años, ágil como una lagartija - respondí

- Necesitamos capturarla, puede que sea el único testigo de lo que ha ocurrido aquí - dijo Arklam

- Estará muy asustada, no se dejará atrapar con facilidad - abundó Lord Tarkum

- Dejadme a mí, caballeros, vuestros imponentes y fieros aspectos intimidarían al más valeroso guerrero, la brutalidad no es rival para la confianza, cuando de niños se trata- nos aleccionó Zelmar

Lord Felmar el tutor de Elglum asintió, él era el líder de la avanzadilla.
Zelmar se acercó a la puerta de la casa.

- Hola pequeña, sé que estas asustada, pero estamos aquí para ayudarte y protegerte, tenemos comida caliente y bebida. No tengas miedo de mis amigos son guerreros que nos defenderán de todo, yo soy Zelmar, y me gustaría que confiaras en mí, no te haremos ningún daño- dijo con un tono cargado de cariño y comprensión dejando su lenguaje ostentoso a un lado.

Unos ojos atentos asomaron por el resquicio de una ventana.

- Tranquila mi niña, quieres un poco de pan, está crujiente. También tengo agua fresca para este calor tan desagradable, si te apetece - ofreció sonriente el clérigo

La niña asintió, Zelmar se lo tendió, la niña de un rápido movimiento se lo cogió de la mano. Se oyó masticar y beber ansiosamente.

- Está famélica, ¿Cuánto llevará sin comer? - Comentó Arkanthus

Una cerradura chasqueó, la puerta se abrió y asomó una niña sucia y harapienta con el pelo moreno enmarañado y una cara dulce y mirada desconfiada.

- ¿Tienes más? - preguntó sin quitarnos ojo.

- Claro, todo el que quieras y queso y jamón si te gusta - dijo Zelmar arrodillándose lentamente junto a la niña - ¿Cómo te llamas? - le preguntó afable.

- Ashaly – respondió.

- Que nombre tan bonito, seguro que tu casa también es muy bonita y, en ella tienes muñecas si te parece bien me las puedes enseñar mientras comemos el queso y el jamón-

- Vale, pero los monstruos están cerca y los caballos no caben en casa - dijo con su voz infantil suave y sincera.

Nos encomendaron a Elglum y a mi buscar un sitio para guardar los caballos. Abrimos por la fuerza la casa de al lado y los metimos allí, buscamos algo de forraje y trancamos. Desde allí podríamos oírlos si ocurría algo.
Hicimos una inspección rápida del lugar. En lontananza, en una colina alejada, había un caserío bastante grande. Pero atardecía y las ordenes eran claras, todos juntos y, a resguardo de noche hasta que no se supiese lo acaecido.

La noche traía promesas de que pronto el mal que acechaba en la oscuridad nos haría entrar en acción. La tensión era palpable, todos menos Zelmar, mirábamos recelosos cada rincón, cada esquina como si en cualquier momento el infierno se fuera a abrir delante nuestro.

Arklam intento varias veces sonsacar a Ashaly que era lo que había visto, pero los perturbadores recuerdos unidos al miedo no le dejaban articular palabra.

-La asustas Arklam, no insistas- le había recriminado Zelmar

Arkhanthus no paraba de murmurar entre dientes que aquello no le gustaba nada. Lo que contribuía al nerviosismo general.
Por mi parte sólo observaba, para averiguar cualquier indicio de lo que nos podía suceder. Los demás hablaban de cuando en cuando sin dejar de moverse alertas a cualquier posible contingencia.
Zelmar intentaba sin éxito hacer hablar a la niña que rehuía su mirada.
Capté un ligero tic, la niña parecía levantar levemente la mirada de modo casi imperceptible hacia un jarrón cada vez que, Zelmar le hablaba, aunque tenía la cabeza gacha. Parecía como si no se atreviera a hablar porque alguien se lo impediera.

Algo estaba pasando allí. Se acercaba la media noche. Le hice un gesto a lord Tarkum que se acercó.

-Señor, me atrevo a decir que hay alguna presencia en la casa que controla a la niña. No para de mirar a escondidas ese jarrón como si recibiera ordenes de él. -

- Bien lo comprobaremos, vamos a lanzar conjuros para detectar presencias extracorpóreas, ven conmigo-

Cautelosamente, Lord Tarkum, avisó a los demás de lo que íbamos a hacer. Todos tomamos posiciones. Empezamos a recitar el conjuro al unísono, Lord Tarkum y yo.

El jarrón comenzó a vibrar sutilmente; Seguimos recitando el conjuro; El jarrón giraba sobre sí mismo
Menos Lord Tarkum y Zelmar y yo, los demás desenvainaron las armas.

Llegó el punto álgido de la letanía mágica.

Ashaly se abrazó a Zelmar y le susurró - La habéis encontrado y ahora nos matará a todos-

El jarrón levitó, girando vertiginosamente sobre sí mismo y, una risa perversa y aguda de mujer recorrió como un latigazo nuestras espaldas; el jarrón estalló y una densa sombra comenzó a tomar forma, mientras una voz femenina, siniestra y meliflua, nos laceraba los oídos.

Las turgentes partes pudendas de un cuerpo voluptuoso, desnudo de una mujer joven en la plenitud física, captó nuestra atención visual. La risa antes desagradable, era ahora suave, armoniosa y transparente como una caricia. Unos ojos seductores que cautivaban junto a unos labios carnosos y sensuales que auguraban un sin fin de placeres, enardecieron nuestros instintos viriles.
Caímos en el hechizo del súcubo, excitados por la aparición tan sugestiva y apetecible.
Estábamos todos inmóviles, Ashaly se soltó de Zelmar y se escondió detrás de un sillón. Zelmar perdió contacto visual, reaccionando a tiempo y, salvándonos a todos.

- Yo te destierro al abismo - exhortó el clérigo mientras avanzaba resuelto con el símbolo de Adannos en las manos.

El demonio perdió concentración al fijarse en el enjuto Zelmar. El súcubo exhaló un hálito negro que chocó contra el símbolo del dios. El aire crepitaba. El estupor que nos atenazaba se disipó como si despertáramos de un letargo.
Lord Felmar el más cercano al clérigo atacó con su espadón. El súcubo en un rápido movimiento paró la hoja con su mano. El filo y la mano ardieron a la vez. La espada ennegreció y comenzó a deshacerse. Lord Felmar cayó hacia atrás, inmóvil.

Sucedieron varias cosas a la vez:

Lord Tarkum y yo enarbolamos nuestras armas.

Lord Artish y Arklam atacaron desde diferentes lados.

Elglum blandió su espadón atacando por detrás.

Arkanthus saltó hacia adelante con la maza en ristre.

El engendro respondió haciendo un vertiginoso movimiento con sus miembros malignos.
Rechazó los ataques por los flancos y chispas salieron despedidas por el violento choque.
Hizo un desconcertante quiebro girando su cintura casi entera y esquivó el mandoble de Elglum. El campeón de Innos se trastabilló al no encontrar oposición y por la inercia cayo a los pies del demoniaco ser, indefenso.

Arkhanthus fue frenado en seco por una pérfida oleada de magia cuando iba a asestar un poderoso mazazo. Cayó de pies al lado de Zelmar.

Zelmar pudo avanzar un paso cuando el súcubo giro.

Lord Tarkum atacó con su espada.

Me moví lo más rápido que pude hacia la retaguardia con el escudo por delante para proteger a Elglum.

Repentinamente:

Vi volar a lord Tarkum y chocar contra la pared violentamente. Tardaría en despertar.

Lord Arthis y Arklam fueron despedidos a ambos lados como peleles de trapo. Quedaron atontados.

Arkanthus paró a duras penas con su escudo, que se hizo pedazos, un ataque contra Zelmar y él.

Y...

Noté toda la atención del maligno centrada en mí.

- Por Innos - grité con furia y empujé con mi escudo.

Elglum me veía desde el suelo mientras se medió incorporaba. Lo que sucedió a continuación no lo controlé.
El escudo salió volando y se clavó como un proyectil en la pared. La fuerza me hizo rotar a un ritmo trepidante y mi martillo se estampó en el pecho desnudo de la vil criatura que aguantó el impacto como si nada.
Su pérfida mirada me taladró, dejándome helado. Extendió una garra hacia mí con la intención de acabar conmigo.
Elglum cercenó aquel miembro de un terrible mandoblazo. Un terebrante chillido nos aturdió. Elglum y yo caímos al suelo intentando taparnos los oídos.

El penetrante y horrible lamento cesó de pronto. Abrimos los ojos y vimos al impío ser recibir un mazazo de Arkanthus.

Y otro...

Y otro...

La cadencia del ataque de Arkhanthus no cesaba. Zelmar gritaba un poderoso conjuro de Adannos, a voz en cuello, agitando vehementemente el emblema de Adannos.

El súcubo estaba paralizado.

- Levantaos paladines de Innos, hay que acabar con el antes de que el hechizo deje se surtir efecto - gruñó Arkanthus

Elglum y yo nos levantamos como resortes impelidos por la necesidad, no sentimos ni el peso de la armadura.

Martillazo...

Mazazo...

Mandoblazo...

Una y otra vez hasta que machacamos y despedazamos a aquel horrible demonio.
Zelmar y Arkanthus entonaron un poderoso salmo de refugio para protegernos mientras Elglum, Lord Felmar y yo invocábamos un hechizo arcano de destierro para enviar al súcubo de vuelta al averno del que había salido. Socorrimos a nuestros compañeros en cuanto pudimos.

Lord Tarkum había sido el peor parado. Tenía una fuerte conmoción y tuvimos que desarmarle para que se recuperara. Por suerte teníamos a Zelmar.

- Bajo esa frágil apariencia hay todo un valiente guerrero mi buen clérigo, hoy nos has salvado a todos - le felicitó Lord Felmar, dando una palmada amistosa en el hombro a Zelmar.

- No solo yo he contribuido a nuestra supervivencia mi Lord paladín, sus jóvenes han estado a la altura – dijo y nos sonrió afable

- Esta claro que los clérigos de Adannos os hemos sacado las castañas del fuego a los paladines de Innos - refunfuño con una media sonrisa Arkanthus.

- No te lo pienso discutir, me alegro de que estéis aquí. Estoy agotado como si hubiese luchado contra un ejército sin ayuda - dije sentándome en un sillón

Arkanthus me miró con aprobación y me dijo:

- Me caes bien Adjantis, te quiero a mi lado cuando luchemos en los próximos días -

- Eso es lo más parecido a un elogio que ha dicho en años desde que Soram el pelirrojo y él se separaron - comentó sorprendido Zelmar - puedes estar muy orgulloso joven paladín-

Las hazañas de Soram el pelirrojo eran legendarias como solo pueden serlo las de un héroe, cuyas míticas aventuras se convierten en leyenda. Arkhanthus le había conocido en sus viajes para erradicar a los acólitos de la deidad que exigía sacrificios de recién nacidos. Le había liberado de su esclavitud como gladiador de Amshaif el Infame: un tratante de esclavos sin ningún escrúpulo. Eran grandes amigos, pero esa historia se narrará en otro momento.

Amaneció.

Ashaly libre del dominio del súcubo, se mostró como una niña de su edad, pizpireta y dulce. Nos relató lo que había ocurrido hasta lo acaecido anteriormente. Lo que se avecinaba era cuanto menos terrible.
Lord Felmar tenía un brazalete mágico con cuentas, cada una tenía símbolos grabados con filigranas de oro. Colocándolas en diversas posiciones podía comunicarse con un receptor que tuviese el gemelo.
El alto paladín envió un mensaje urgente junto con un código secreto de verificación que, certificaba que, el mensaje era enviado por la persona correcta.

El destacamento que venía de camino acompañado por un pequeño contingente de paladines, clérigos y sacerdotisas. Tenía que estar sobre aviso de la magnitud del poder de nuestros enemigos.
Comimos frugalmente y descansamos unas horas hasta la media mañana cuando el sol estaba bien alto en el cielo.

- Id a explorar los alrededores, no creo que encontremos a nadie más, pero hay que asegurarse- ordenó Lord Felmar -
¡Ah! Y tener cuidado-

Arklam, Elglum y yo nos dedicamos las horas siguientes a registrar todo el pueblo hasta entrada la tarde. Nuestras pesquisas no tuvieron éxito.

- Ashaly ¿Sabes por alguna casualidad, quien vive en el caserío de la colina? - preguntó Arklam sospechando que el mal se encontraba allí

- SÏ, vivía el dueño de todas las tierras de por aquí. El señor Desarty y su familia – contestó.

- Cuando la gente del pueblo comenzó a desaparecer. ¿Lo hacía en algún sitio en concreto pequeña? -

- Sí y no, muchas personas no volvían cuando subían la colina, pero otras que nunca iban allí desaparecían sin más, no se sabe dónde- respondió Ashaly.

- ¿En alguna hora concreta? - insistió Arklam.

- De noche - dijo lacónica la niña

- Me lo temía- murmuró Arkanthus.

- Tendremos que asaltar ese caserío, no queda otra alternativa- decidió Lord Artish.

-No antes de que lleguen los refuerzos, mira en qué condiciones nos ha dejado un solo ser demoniaco- repuso Lord Felmar.

- Dudo que podamos hacer algo más con los refuerzos si ese portal está bien defendido. Necesitaremos magos o hechiceros y no viene ninguno - argumentó Arkanthus.

- No los necesitamos, los paladines tenemos recursos suficientes para enfrentarnos a las criaturas del caos- replicó Lord Artish

- ¿Lo crees realmente compañero?, que el orgullo no te ciegue, hay que saber los límites de nuestro poder. Los seres del abismo nos superan de largo. - instruyó Lord Felmar a su compañero de orden.

- Si mal no recuerdo hay un viejo mago en las inmediaciones a pocos días de aquí, lo recuerdo bien porque estaba en Calir Damar cuando ocurrió lo del nigromante- interrumpió Elglum.

- Cierto mi joven paladín, su ayuda fue primordial en tan funestos sucesos. Zahezus era su nombre y grandes sus poderes - recordó Zelmar.

- Señor, dispongo de una forma de enviar una señal mágica que es fácilmente reconocible por gente de su gremio - informó Arklam

¿Cuál? - quiso saber Arkanthus

Lord Felmar hizo un gesto de asentimiento a Arklam.
- Es una runa de poder que los paladines usamos para comunicarnos a grandes distancias, están fabricadas por magos e imbuidas con hechizos de paladines. La reconocería seguro si está más o menos cerca. - explicó el inquisidor

- Toda ayuda será poca y bienvenida- apunté


Zahezus observaba con detenimiento los brotes incipientes de un círculo de setas, acuclillado en una pradera cercana a su morada. Había estado toda la mañana recolectando hongos diversos, el otoño era la época propicia para encontrar especies de un gran valor mágico y también culinario.

Llevaba varios días sintiendo una desazón extraña, una inquietud le hacía estar preocupado si bien no sabía a ciencia cierta que lo provocaba, aunque intuía que no era por algo benigno.

Cuando levanto la vista hacia el horizonte vislumbró, sin ningún género de dudas, una señal de socorro muy conocida para él. La urdimbre mágica que le llegaba en varios espectros de visión, era inconfundible. Una runa con su firma era algo que a cualquier hechicero no se le pasaba por alto.
Rápidamente regresó a su casa, dejó la cesta con las setas, cogió sus pertrechos y subió sin demora a la estancia más elevada de su casa, un observatorio.
Entonó un sortilegio para rastrear la runa, una vez la hubo localizado.
Trazó en el suelo una red mágica con sus dedos que fulguró entre azul y ambarina. Se fue elevando formando una puerta, en el interior un hidrargirio, fluía compacto.
El hechicero comenzó a atravesar, el azogue espeso, resuelto. Cruzar portales de tele transporte era tan habitual para Zahezus como respirar para el resto.

Hacia dos horas aproximadamente que Arklam había puesto en funcionamiento la runa. No podíamos esperar mucho más, pues empezaba a oscurecer y de ningún modo nos íbamos a quedar esperando en el exterior.
De pronto una luz ambarina y azul surgió de la nada y fue expandiéndose hasta formar una puerta de luz. En su interior una sustancia plúmbea ondulaba lentamente.
Una vara ricamente labrada con plumas de diferentes aves colgando de su extremo superior empezó a salir del misterioso portal. Le siguió una mano curtida y arrugada que sujetaba con firmeza el cayado. Hasta que la figura de un hombre anciano pero recio y de mirada escrutadora terminó de cruzar el umbral mágico.

- Bien, me imaginaba que serían paladines quienes usaran la runa que les di en caso de necesidad, veo muchos rostros bisoños y alguno que otro conocido- guiño un ojo a los clérigos a modo de saludo-

- Hola venerable - dijo escuetamente Zelmar

- Si ... eh, hola a todos, algo grave sucede para usar el artefacto que os fabriqué, supongo- dijo Zahezus mirando alrededor con los ojos entornados.

- Así es venerable, ayer nos enfrentamos a un súcubo, y tenemos sospechas fidedignas, de que un portal demoníaco ha sido abierto para dejar paso a las criaturas del caos a esta dimensión. - recapituló brevemente Lord Felmar

- Mmmm - murmuró Zahezus mientras se mesaba la barba canosa- Eso no pinta nada bien paladín, ahora entiendo el desasosiego que me perturbaba estos últimos días- añadió como para si

- Le hemos llamado para solicitar su consejo pues nuestros poderes y conocimientos, aunque amplios en la materia nos parecen insuficientes para enfrentarnos a enemigos de este calibre, venerable- comunicó con su hablar engolado Zelmar
- Lo son mi buen Zelmar y veo que no has dejado de hablar como si te hubieses tragado una enciclopedia, en fin, hay cosas que nunca cambian- dijo el mago levantando una ceja

Zelmar se sonrojó y Arkanthus rio de buena gana

- Y bien - continuó - nos movemos a vuestro campamento, y me contáis lo que sabéis. Hay que actuar con premura. La situación es peor de lo que me aventuraba a suponer- terminó

Una vez en nuestro improvisado refugio, después de las pertinentes presentaciones, nos reunimos todos en la habitación más grande de la casa. Zahezus estaba sentado en el sillón y los demás rodeándole como chiquillos esperando a oír una historia al amparo de la lumbre del hogar, atentos a cada gesto o cada inflexión de la voz.

Lord Felmar y Arkhanthus le pusieron en antecedentes.
Zahezus quedó pensativo mirando el fuego crepitar de la chimenea.
<<Nadie como un mago anciano para dar dramatismo a las conversaciones, con esos largos silencios>> pensé.

Carraspeó.
- Bien, según lo veo, estamos bastante jorobados - soltó sin rodeos y añadió mesándose de nuevo la barba -: por un lado, si el portal interdimensional no está abierto, tenemos opciones remotas de cerrarlo si el hechicero está poseído. Por otro si ya está abierto ya podemos ir cavando nuestra tumba señores. -

Nos dejó a todos petrificados.

- ¿Tan negra es la situación?, venerable- logró articular Lord Felmar.

- Si, podría endulzarlo un poco, pero de que nos iba a servir. Haber, con los conjuros adecuados y la ayuda de las tres órdenes sería factible que pudiese cerrar el portal. Lo complicado está en vencer al guardián que lo mantiene abierto - nos instruyó el mago.

- Apostaría mi alma a que tiene un contingente para que nadie se acerque ni un metro a ese portal- aseguró Arkhanthus

- Eso explicaría las desapariciones de la gente - dijo Lord Arthis

- ¿Que se necesitaría para derrotar al guardia si pudiésemos acercarnos al portal lo suficiente? - pregunté decidido
Todos me miraron.

- Joven, ¿tantas ganas tienes de morir? - me preguntó Zahezus taladrándome con la mirada.

- Alguien lo tiene que cerrar, y solo venciendo al guardián se consigue. Lo demás no importa, si no lo logramos. Estoy dispuesto a sacrificarme. Sólo necesito llegar hasta él - respondí convencido de mis palabras y mirándole fijamente.
Me evaluó largamente ante el silenció nervioso de los demás

- ¡Bien muchacho! Hay una manera no exenta de riesgos, pero nos puede dar buen resultado - declaró el anciano hechicero

Elaboramos un plan en las horas siguientes y al terminar, en tanto nos retirábamos a descansar...con una seña Zahezus indicó a lord Felmar que se acercara. Lo que le dijo quedó entre ellos.

- Por cierto, tú joven cachorro los tiene muy bien puestos, y te aseguro que por experiencia se de eso, Felmar, y algo más que yo veo y vosotros no, quizás lo descubras, quizás no - le confesó enigmático Zahezus al alto paladín, dejándole meditabundo.

A la mañana siguiente llegaron los deseados refuerzos. Lord Tarkum recuperado se nos unió de buena gana.
Un jinete llevó a Ashaly a Calir Damar para que las sacerdotisas de Khellos se hicieran cargo de ella. Una carta privada dirigida a mi hermana, explicándole la situación, lo dejaría todo claro.

Nos organizamos rápidamente. Los mandos del contingente conocían a Zahezus y acordaron un plan a seguir. Era muy sencillo, el destacamento protegido por los conjuros de la tres órdenes y algún sortilegio de Zahezus, asaltarían el villorrio.
Entretanto nuestro grupo, con los conjuros de adivinación de Zahezus, encontraríamos el portal y lo cerraríamos. Para ello nos camuflaríamos mágicamente para no llamar la atención de nuestros temibles enemigos.

Zahezus nos introduciría con un poderoso hechizo en el mundo onírico.

- Este sortilegio (por llamarlo de alguna manera) me lo enseñó el mejor oniromante que quizás haya existido: Thymerlan. Un buen amigo, capaz de viajar por los intersticios del mundo de los sueños, donde podía obrar las maravillas más inverosímiles - nos explicó con un deje nostálgico, recordando vivencias de otros tiempos

- ¿Es peligroso, entrar en el mundo de los sueños? - preguntó preocupado Elglum al que no le gustaba salir de su dimensión.

- Con precaución y entrando esporádicas veces como esta, no- respondió el mago

- ¿Que le sucedió a Thymerlan?, si no le parece impertinente la pregunta, venerable - quiso saber Arklam
Zahezus le miró sin mirarle. Rememorando dolorosos hechos pasados, con la atención de toda puesta en él.

- Se sacrificó para salvarnos a todos de un mal indescriptible, pocas personas conocen ese relato, para abreviar y simplificar, os diré que quedó atrapado entré la puerta del mundo de los sueños y la de las pesadillas. - dijo con un tono cargado de emoción y añadió haciendo aspavientos con las manos - pero ahora tenemos cosas más importantes e inmediatas de las que preocuparnos. Ya habrá momentos para contar historias-

<< Para ser mago, Zahezus es bastante receptivo a hablar de su vida. >> pensé.

Zahezus lanzó un poderoso conjuro de armonía defensiva y de protección contra los seres del caos para que no cundiera el pánico ni el desorden llegado el momento crítico.

- Bien, a mi señal todos hacer lo que os diga, sin rechistar - ordenó Zahezus y empezó a vocalizar en un extraño idioma.

Habíamos lanzado poderosos hechizos a nuestras armas y armaduras sustentados por la fe en nuestras deidades. Y teníamos un elenco de conjuros preparados para ser usados en el momento necesario.

- El umbral al mundo onírico está abierto, rápido venid – urgió el mago

Zahezus nos pasó a cada uno la mano en la frente, con el pulgar y el meñique tocando nuestras sienes, y susurrándonos al oído unas palabras incomprensibles, cruzamos en trance, sin notarlo, el umbral hacia el mundo de los sueños.


Unos mil soldados comenzaron a remontar la colina que llevaba a la casona del terrateniente. Protecciones contra el mal y la magia negra, conjuros de resistencia al miedo y al fuego. Los integrantes de las tres órdenes no escatimaron en bendiciones, y salmos de santuario y refugio para protegerse contra lo inesperado.

Unos nubarrones negros comenzaron a originarse de la nada encima del caserío, a pesar de que el sol estaba en su cénit, pronto, todo quedó en penumbras.

Una calígine se formó envolviendo la construcción y de su interior flotando con un aura de negra malevolencia salió entre volutas de tenebrosidad un ser de ojos rojos y descarnado: su mirada emanaba odio y de su boca huesuda se desprendía una fetidez venenosa, de un tono verdoso y mortífero.Un céfiro sostenía levitando, entre espirales de tinieblas, a aquel ser de locura, jirones de hediondos harapos se mecían sobre su esqueleto.

- ¡Atentos, estad preparados! - dijo en voz alta Lord Maltor, el paladín jefe del destacamento
.
- ¡Es un Lich! - anunció Barmun, el líder de los clérigos

Aceros silbaron en el aire.

El Lich expulsó vaharadas de un gas cetrino que rodeó a la tropa, de él surgieron multitud de muertos vivientes.

- ¡Rápido, en formación, escudos y lanzas al frente! - ordenó Sir Talimar

En un entrenado movimiento un erizo de púas se formó en torno al cerco de no muertos que, chocaron como olas contra un afilado acantilado.

- ¡Resistid! - Bramó Sir Talimar - Ahora, ¡empujad! -

Todos los maléficos seres recularon con el impacto y acto seguido fueron ensartados por una fila de picas.
Los paladines invocaron al poder sagrado de Innos. Unos destellos azulados prendieron en sus manos y los lanzaron a la marabunta, como proyectiles incendiarios. Unas potentes explosiones desmembraron a los enemigos y una lluvia de trozos putrefactos les cubrió.

Mientras de la oscura bruma del villorrio salieron unas criaturas alígeras que atacaron al batallón.

- ¡Alas cortantes! - gritó alguien

Los clérigos habían dispuesto unas peanas portátiles, con agua bendita, entre los soldados.

- Arqueros, mojad y cargad...- vociferó Sir Talimar con una mano levantada-

A la espera de su señal, todos contuvieron el aliento.

- Soltad - su voz tronó mientras su brazo bajaba y una salva silbante de dardos bendecidos salía disparada al cielo.

Algunas alas cortantes remontaron el vuelo a tiempo para esquivar las flechas, pero otras por el contrario quedaron ensartadas como alfileteros. Con el poder del agua bendita corroyéndoles cayeron muertas, más de una sobre los soldados que las recibieron con las lanzas en alto.
La compacta formación se perdió brevemente lo que aprovecharon los muertos vivientes para abrir brecha en las filas de guerreros.

El Lich no cesaba de lanzarles terribles maldiciones que chisporroteaban al chocar contra el muro de hechizos defensivo.
Las sacerdotisas y los clérigos no paraban de orar para seguir protegiendo al contingente y los paladines se centraban en expulsar con sus habilidades a los no muertos.

- ¡Repeledlos, luchad con brío! - gritaba Sir Talimar desde el centro del círculo.

Las alas cortantes regresaban a la carga.
Zahinthad (el soldado de la guardia de élite que había vencido a Elglum en el torneo de Calir Damar) de un diestro movimiento arrojó su lanza...

En un compás de espera muchos siguieron su vuelo…

... un ala cortante cayó atravesado antes de llegar a atacar.

Un griterío de júbilo recorrió las filas de soldados.

Duró poco, pues en vuelo picado, la mayoría de las veloces criaturas se estamparon contra los defensores y las pocas que restaban en vuelo rasante terminaron de disgregar la férrea coraza que había resistido.
Se pasó al combate cuerpo a cuerpo.


Abandonamos el mundo de los sueños de la misma manera que habíamos entrado en él, sin darnos cuenta.
Estábamos justo en el jardincillo de la entrada de la casona. Apenas veíamos nada, pero pronto no nos importó, porque el guardián del portal al abismo estaba allí, para recibirnos.

A pesar de nuestras protecciones mágicas el primer impacto mágico fue bestial. No pudimos avanzar y, tres demonios nos salieron al paso para terminar con nuestra molesta presencia.
Fue Zahezus quien nos devolvió la capacidad de movernos con un poderoso conjuro de liberación.

Zelmar también comenzó a recitar.

Zahezus sin vocalizar le cubrió con una esfera de invulnerabilidad y él mismo se volvió borroso.

Lord Tarkum, Arkanthus y yo nos preparamos para luchar contra nuestro rival impío.
Un ser aterrador, negro rojizo, cornudo, con una cara de rasgos deformes y horrendos y fauces desprovistas de labios llenas de afilados colmillos. Eran la promesa del mal inenarrable que nos aguardaba.
En un rápido giro a mi alrededor vi por el rabillo del ojo que otro engendro se dirigía a por Elglum y Lord Felmar y Lord Artish. Zahezus se iba a ocupar del tercero con la ayuda de Arklam.

<< Innos, danos fuerzas >> supliqué para mis adentros

Sin miramientos la vil criatura se abalanzó a por nosotros. Lo recibimos con una ráfaga de golpes bien coordinada.
Sus brazos repelían algunos ataques, pero otros acertaban de pleno causándole más daño del que pensaba.
De pronto una oleada de desconsuelo me asaltó. Una debilidad hizo presa de mí, afligiéndome sin motivo alguno, quitándome las ganas de vivir, quebrantando mi determinación por pelear.
Me detuve en seco

- ¡Vamos muchacho no desfallezcas, sobreponte a la magia paladín! - me alentó Arkanthus

Pensé en mi padre y recobré el ánimo. La rabia me inundó y comencé a liberarme de la tribulación que me retenía.
Una lluvia de martillazos arreció sobre la demoniaca aberración. Arkanthus y Lord Tarkum se apartaron viendo mi implacable reacción.

Al grupo de los tres paladines no les iba bien. Lord Artish había caído al suelo después de recibir una cornada brutal en su escudo. Lord Felmar se empleaba a fondo, pero no parecía aguantar eternamente por como tenía el escudo.
Sólo el infatigable campeón de Innos fintaba y acometía con su poderoso mandoble manteniendo a raya a su pérfido contrincante.

Entretanto casi había reducido a mí oponente.

- Id a ayudar a Elglum - gruñí por el esfuerzo

Lord Tarkum y Arkhanthus se volvieron para ir a socorrerles.
En ese instante el demonio atravesó con un cuerno el tórax de Lord Felmar que cayó desmadejado al suelo.
Elglum chilló de impotencia al ver a su mentor herido de muerte. La furia lo embargó y comenzó a cantar el hechizo más poderoso: la fuerza sagrada del campeón de Innos, mientras blandía su mandoble con una velocidad que jamás había visto.

El ser sucumbió en un abrir y cerrar de ojos, cuando de un potente tajo, lo decapitó.

Zahezus había invocado un poderoso conjuro sin apenas gesticular. Arklam era ágil y joven así que, el nefario monstruo no le alcanzaba con facilidad. Sin esperarlo una barrera de cuchillas envolvió al demonio y comenzó a sajarle por todos lados. Hasta que terminó desmembrado.

Zelmar se ocupó de Lord Felmar que intentaba retener la vida a duras penas. Tenía apoyada la cabeza en sus brazos e intentaba frenar la hemorragia del pecho, sin éxito.

En un espasmo de dolor Lord Felmar agarró a Zelmar con su guantelete, la sangre le corría por la comisura de los labios.

- No temáis por mí, voy a reunirme con mis parientes bajo el brillante sol de Innos. Terminad con ellos. - logró articular en el último estertor antes de yacer exánime entre los brazos de Zelmar.

Sin tiempo de duelo nos giramos con una resolución inexorable hacia el guardián.
Durante nuestro avance el guardián se arrodilló ante el paso de una figura humana que, cruzó el umbral lentamente.
Nos quedamos quietos involuntariamente viendo salir a aquel individuo delgado, de pelo color púrpura y ojos violetas, tez pálida y tersa como la porcelana. Se movía con parsimonia y elegancia, una sonrisa taimada carente de bondad asomaba en sus finos labios. Con su mirada ladina nos evaluó.

- Veo que habéis vencido a algunos de mis siervos, excelente ahora tendré algunos nuevos para divertirme... y paladines y clérigos nada menos- dijo con voz aguda y melindrosa lleno de regocijo.

Zahezus nos liberó del cautiverio y a la vez lanzó unos filos de energía crepitante hacia nuestro nuevo enemigo.
Un gesto displicente con la mano izquierda y el hechizo de Zahezus se esfumó como si nunca lo hubiera ejecutado.

- ¡Ahhh! un magucho - rio con desdén - que bien me lo voy a pasar -

- Por la gloria de La Tríada, es un príncipe de las tinieblas, contra él no podemos hacer nada - anunció con voz turbada, Zahezus

- Es Raxor Tzaes, Zelmar sabes lo que tienes que hacer, sin pensarlo, ¡Ya! - le urgió Arkhanzus a su compañero de orden.

Zelmar asintió y cogió su esotérico símbolo de La Tríada, se arrodilló y, comenzó a rezar como poseído por una febril liturgia.

-Tenemos que protegerle cueste lo que cueste- dijo Arkhanthus.

- Así lo haremos - apostilló Lord Tarkum.

- Adjantis, muchacho tienes que llegar a ese guardián y vencerlo para cerrar el portal, eres el único que puedes - me dijo Zahezus.

- Juro por mi padre que así será - dije y pensé << Con la luz de Innos amparándome, no temo nada.>>

- Nesh' hu cuida el portal me voy a divertir con estos santurrones - dijo con el desprecio habitual de su sibilante voz.

Un estoque apareció en su mano y rápido como una centella nos atacó.
Su rapidez era sólo comparable a su destreza, envió al suelo a Lord Artish y Arklam en un santiamén.

<< Pobres deben estar cansados de acabar tumbados por todos los enemigos, aunque esta vez creo que nos toca a todos>> pensé

Y no me equivocaba, sin mucho tiempo para reaccionar Arkanthus, Lord Tarkum y yo fuimos derribados de diferentes maneras mientras la aguda risa de Raxor Tzaes, acompañaba nuestra humillación.

Zahezus había vuelto a cubrir a Zelmar con una poderosa esfera de invulnerabilidad.

- Excelente los entrantes están listos, vamos por el plato principal - siseó Raxor Tzaes dirigiendo su atención a Zahezus

Varias copias idénticas de Zahezus aparecieron de pronto.

- Ja, ja, ja - rio jocoso el demonio

Con un ligero movimiento de su mano izquierda diversas bolas chisporroteantes e irisadas atacaron a las imágenes. Desaparecieron todas menos una en la que el mágico proyectil no tuvo efecto.

- ¿Crees que vas a resistir con esos patéticos sortilegios? - se mofó Raxor Tzaes.

Zahezus no se molestó en responder, no tenía tiempo que perder. Se había rodeado de conjuros defensivos contra el plano demoníaco, escudos ígneos y contra proyectiles mágicos y un poderoso manto de energía que le proporcionaba una armadura etérea.

- Te voy a demostrar cuán fútiles son tus insignificantes conjuros, magucho - afirmó Raxor Tzaes y con una veloz
acometida en la que sólo llegué a ver su estela, el estoque del demonio atravesó todas las defensas de Zahezus.

La vara tallada primorosamente del hechicero se interpuso para frenar la embestida. Ambas armas chocaron terriblemente, chispas de muchos colores saltaron por doquier.

- Buen arma, ¿cómo la tiene un incapaz, como tú? - reconoció contrariado Raxor Tzaes.

Con una ágil y audaz maniobra Zahezus volteó el cayado y asestó a Raxor Tzaes un golpe que los desplazó lo suficiente para quitárselo de encima.

Todos nos liberamos momentáneamente de nuestra prisión mágica.
Arkanthus el más cercano se abalanzó sin dilación sobre Raxor Tzaes que frenó su ataque con su estoque. A continuación, atacaron Lord Tarkum y Elglum a la vez lo que salvó a Arkanthus de una muerte segura.
Por mi parte me levanté y corrí hacia el portal con todas mis fuerzas.
Arkanthus, Lord Tarkum y Elglum fueron despedidos con un barrido lateral de Raxor Tzaes. Chocaron contra Arklam y lord Artish que se iban a incorporar a la batalla. Un lio de piernas, brazos y armas, rodó por el suelo.
Una poderosa ventisca impactó contra el demonio que, lo hizo retroceder en un primer momento, pero después una terrible llamarada desde la mano izquierda de Raxor Tzaes fue frenando el ataque de Zahezus. Levantó el estoque apuntando al mago y una bola flamígera surgió en dirección a Zahezus.
Zahezus repelió el incandescente proyectil con su vara, pero la explosión al impactar con el arma lo lanzó hacia atrás varios metros.
Mientras tanto, todo lo ajeno que se podía estar a semejante duelo mágico, llegué al portal.

Un colosal demonio rojo con terribles cuernos en su horrible testa y una argolla colgándole de sus fosas nasales, con una guadaña de imponente tamaño, me dio la bienvenida a las puertas del averno.
No había parado de correr, había soltado mi escudo y, asido mi martillo con ambas manos mientras recitaba mi sanctasanctórum personal: elevando una plegaria a Innos.

<< Innos mi señor, viniste a rescatarme cuando más perdido estaba. Consolaste mi atribulada alma con tu amor. Iluminaste mi vida con tu guía. Ahuyentaste mis miedos y aflicciones inculcándome valor. Gracias, mi fe en ti es inquebrantable, mi devoción inflexible y mi determinación inexorable. Dirígeme con coraje contra el mal>>

Estimulado como nunca por mi credo, salté en el último momento para dar más impulso al golpe, a la vez que alzaba mi martillo sobre mi cabeza.

Nesh' hu el guardián agitó su guadaña mortal para segar mi alma y mi cuerpo.

- Por Innos - rugí

Sentí fluir un poder indescriptible, un arrebato fascinante de osadía me inundó. Supe que Innos estaba conmigo.

Todos vieron la resplandeciente silueta de Adjantis volar enfrentándose al enorme demonio

La guadaña que amenazaba partirme en dos, se hizo añicos sin llegar a tocarme. Mi martillo fulgurante, imbuido de poder divino, colisionó con el poderoso pecho del demonio. Un boquete se abrió en el impío tórax, el guardián cayó inerte al interior del portal que, acto seguido comenzó a desmoronarse.

Un berrido de angustia nos sobrecogió.

- Te torturaré hasta la eternidad maldito paladín - chilló desatado Raxor Tzaes.
Gobernado por la locura más cruel y despiadada que jamás había sentido el príncipe de las tinieblas me atacó como una exhalación.

Le lancé mi daga de ladrón, él la esquivó sin apenas variar el rumbo.

Una invisible ráfaga de espadazos me golpeó inmisericorde.

La presencia de Innos desvió los ataques. Cosa que le agradecí.

Rabioso se volvió contra mis compañeros y les atacó.

Sin saber cómo aparecí delante del salvaje demonio para impedirle sus propósitos sanguinarios.

- Ahora verás asqueroso dios - su voz chirrió, como si la presencia divina rompiera su disfraz de cortesano fastuoso.

Se arrojó como una sombra contra Zelmar y perforó con su temible estoque la esfera de invulnerabilidad.
De pronto, un rayo de luz atravesó la impenetrable oscuridad y baño al postrado Zelmar.
Un tridente dorado se interpuso en última instancia entre el estoque de Raxor Tzaes y la cabeza de Zelmar.
Unas alas blancas inmaculadas se extendieron en toda su envergadura y una cabellera rubia sedosa, ondeó con reflejos brillantes en el aire. Una armadura radiante y, el símbolo de La Tríada en su coraza, rutilaba esplendoroso. Una justa magnificencia irradiaba la excelsa figura de un Arconte.

Raxor Tzaes se quedó boquiabierto.

- La Tríada os agradece vuestro ímprobo esfuerzo. Mi nombre es Al Derial y vengó en parte en respuesta a las súplicas de Zelmar y como enviado para desterrar la indebida presencia de un ser maligno- anunció el ser angelical solemne con su voz clara y poderosa como el tañido de una campana.

- Como osas... - empezó a decir Raxor Tzaes, pero Al Derial lo interrumpió.

- Raxor Tzaes por el poder que me otorga La Tríada en especial mi señor Innos, yo te destierro al abismo de donde nunca deberías haber salido.
Con una palabra de poder sagrado, Al Derial desterró a nuestro poderoso enemigo. Raxor Tzaes se convirtió en una sombra que engulló el menguante portal al mundo del caos.

Antes de desaparecer el Arconte se dirigió a mí:

- Innos está orgullosos de tu total entrega y sacrificio paladín, pero todavía te queda terminar una tarea importante- y me señaló con el tridente al Lich que atacaba al pie de la colina.
Henchido de valor bajé la colina como un rayo. Mis compañeros me siguieron como pudieron.

La batalla era encarnizada, al menos un cuarto del destacamento había caído a manos de la horda de no muertos.
Zahinthad luchaba espalda contra espalda junto a Lord Talimar. Los dos habían derrotado a un trío de alas cortantes.
Los clérigos no cejaban en su empeño de expulsar esqueletos y zombis. Pero no daban abasto. Lo mismo que los tres paladines que luchaban con denuedo y hacían montoneras de restos de muertos vivientes a su alrededor.
Las sacerdotisas atendían como podían a los caídos. Los soldados las protegían con valentía, pero las filas de los defensores iban mermando.

El sacrílego Lich seguía levantando cadáveres y lanzando maldiciones a diestro y siniestro lo que complicaba mucho la labor de los clérigos.
De lejos se oían las explosiones y destellos de luz en lo alto de la colina.

- Que Innos les de fuerzas - murmuró entre dientes Lord Maltor al oír un descorazonador chillido llenó de malevolencia.

<< Esperemos que a Arkanthus y a Zelmar les vaya mejor que a nosotros >> había pensado Barmun al ver una llamarada de fuego.

- ¡Reagruparos, proteger a las sacerdotisas! - ordenó Sir Talimar

Todo se detuvo por un instante, un rayo de luz atravesó el cielo y un fulgor se fue acrecentando y la oscuridad comenzó a desaparecer. La asfixiante tenebrosidad dio pasó a la claridad de un cielo azul despejado.
Una imponente y veloz figura de brillante armadura bajó como una centella la colina.
Como una tempestad arreciando contra un puerto, la lluvia de martillazos cayó sobre el Lich. Todos observaban pasmados a aquel protector aparecido como por ensalmo que, estaba machacando sin piedad a su enemigo infame en el transcurso de la batalla.

El Lich se terminó convirtiendo en una neblina que se disipó ante el poder de aquel magnífico guerrero. El resto de los muertos se evaporaron como si nunca hubiesen existido y una ovación de júbilo se elevó al unísono cuando Adjantis levantó su martillo en señal de victoria. Todos levantaron sus armas en señal de reconocimiento y acompañando al paladín que les había otorgado el triunfo que dudaban conseguir.

Karuel Yanger

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Mensaje por Karuel Yanger Sáb Jun 03, 2017 11:30 am

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