Tierras de Nemar
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Génesis de los Dioses: Adannos Dios del océano

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Génesis de los Dioses: Adannos Dios del océano Empty Génesis de los Dioses: Adannos Dios del océano

Mensaje por Karuel Yanger Lun Jul 29, 2019 10:33 am

EL TEMPLO DE LAS MAREAS

Adannos con los brazos en jarras, meditaba a la vez que estudiaba con detenimiento, la laguna interior del gran atolón en medio del océano protegido por una barrera coralina como surgida de la nada. Las aguas marinas azules oscuras más alejadas se diferenciaban diáfanas con las aguas claras más cercanas que, rodeaban la escasa superficie terrestre ovalada, mezcla de vegetación y arena.

Su piel, tostada por el sol durante la travesía, brillaba broncínea bajo el ardiente sol, en tanto el viento despeinaba los rizos morenos, y hacía ondear su camisa ancha con cordones en el pico del cuello, ceñida con un cinturón de cuero y, su pantalón marrón de lino.

Con los pies descalzos bañados por el agua tibia, su pose impertérrita, desafiante en medio de la inmensidad oceánica junto a su barba espesa recortada recientemente; su mirada reflejando la audacia de su alma y su frente despejada de miedos le hacía parecer la viva imagen del dios de los piratas. Los destellos de los rayos del sol en la superficie de las aguas verdemar envolvían su silueta augurando su pronta ascensión a divinidad.

Valnik acuclillado, apoyado en su arco, descansaba mientras observaba a Adannos, recordando muchas vivencias que atesoraba con su pupilo. A su lado estaba, Meydalish la guerrera del desierto de piel atezada y larga melena oscura que le llegaba a la cintura y, que sujetaba con una tiara-diadema de cuero que le cubría parte de la frente; con un adorno dorado encima del puente de la nariz labrado con la imagen de un djinn.

Se ajustaba las tiras de cuero endurecido de sus brazaletes del mismo material. Los mangos de sus dos yataganes en sus vainas, colgados en un cinturón ancho, a ambos lados de su cintura, enmarcaban su vientre terso desnudo, un pareo anudado a franjas verde oliva y amarillas mostaza le tapaba las caderas y colgaba entre sus muslos torneados y fuertes. Un medio corpiño de cuero endurecido le cubría el pecho, flecos en la parte baja y una gargantilla metálica incrustada con medallas en relieve de su reino completaban su atuendo oriundo del exótico reino de Taj Kamar.

El cielo despejado iluminado por el sol solo era soportable gracias a la brisa marina, algo que agradecía sin duda Yamihele, que por su parte se pasaba nerviosa su lanza de una mano a la otra, se notaba que era la menos acostumbrada a interactuar con el medio marino. Provenía de las grandes sabanas meridionales, su piel ya era oscura de nacimiento lo mismo que su voluminoso y ensortijado pelo que, tan solo podía dominar trenzándolo. Sin embargo, todo su cuerpo rebosaba la fuerza felina de una leona, aunque su atuendo era de leopardo, sus brazaletes y grebas eran de cocodrilo y el tocado de melena de león que ahora no llevaba y que la caracterizaba como una líder de tribu. Todo cazado por ella. De su cintura colgaban dos machetes con mango de hueso marfileño de elefante. Sus lóbulos en vez de pendientes llevaban colmillos.

−  Esto no me gusta nada, si aquí hay algún templo, tiene que estar justo al fondo – susurró Yamihele tanto a Meydalish como a Dar Garuk

−  Era de suponer, pero ten en cuenta que siempre habrá un camino, tan solo hay que encontrarlo – respondió el pirata de ojos rasgados

A pesar de llevar años conviviendo con Dar Garuk, a todos no dejaba de llamarles la atención el imponente torso desnudo y los abultados brazos tatuados con dragones y serpientes marinos de colores rojos, azules y negros; se enroscaban en su cuerpo musculoso como si estuviesen vivos. Tan solo una bandolera ancha de cuero grueso le cruzaba el tórax: ésta le servía para sujetar sus dos dadao de gran tamaño. Tenía la cabeza rasurada a los dos lados hasta la nuca, salvo en el centro en la que por el efecto de la brisa ondeaba un largo mechón negro como ala de cuervo. Dos aros de oro decoraban sus respectivas orejas, una barba hirsuta cubría su mandíbula; un sarong azul grisáceo con ribetes geométricos en dorado era su única vestimenta sujeto por una gran hebilla de oro labrada en relieve con la cabeza de un barong: el demonio guardián. Unas sandalias con cintas que se enrollaban hasta las pantorrillas: su calzado.

El supérstite solitario del gran reino insular Kilam−Matras.

−  El Templo se halla en el fondo del atolón, a una profundidad insalvable para nosotros, pero la barrera coralina desciende en espiral con la suficiente anchura y oquedad para que podamos descender sin ahogarnos – anunció Adannos.

−  ¿Y dónde está la entrada? −  quiso saber Yamihele.

−  Por allí, tendremos que excavar para encontrarla

Las horas siguientes se afanaron en liberar la entrada de arena, rocas y vegetación. Tras conseguirlo, el boquete expelió un olor penetrante a salitre.

−  Reptar por un túnel que hiede a sal y algas podridas no es mi ideal de acceso a un templo – dijo con disgusto Dar Garuk

−  Si prefieres bucear varios metros de profundidad sin respirar, tú mismo – respondió Valnik

−  ¿Dónde queda tu espíritu de pirata salvaje? – le preguntó Meydalish también poco dispuesta a entrar.

−  Supongo que olvidado lo mismo que tu ardor guerrero – contesto Dar Garuk con un deje de tristeza en la voz

−  A mí, me hace tan poca gracia como a vosotros, pero por él iré a los más oscuros abismos sin pensarlo – aseguró Yamihele, mirando en dirección a Adannos

−  Nadie ha dicho lo contrario, y jamás le abandonaríamos, la duda ofende – dijo Meydalish

−  Pero el camino está pensado para hacer retroceder hasta a un joven que ha de convertirse en un dios – terminó Adannos expresando los miedos que atenazaban a sus amigos y a él mismo.

−  ¿A qué esperamos?, te llevaremos hasta el templo, aunque todo el océano caiga sobre nosotros – prometió Valnik

Dar Garuk abrió el camino, tantos años alejado de un barco con el que surcar los mares había hecho mella en su coraje, sin embargo, la travesía hasta llegar al atolón en la que había ejercido de capitán le había recordado lo que era ser un pirata libre, odiado incluso inesperado, como los tifones. No podía flaquear, no ahora, no cuando su pupilo más lo necesitaba. Siempre había sentido la llamada de la mar, nunca había temido su inconmensurable poder, más bien se nutría de él, así que echo arrestos y con una determinación inquebrantable reptó con la fiereza que mostraban los dragones marinos que ornaban su piel.

La bajada fue ardua y a oscuras, obligados a bucear a tramos y encontrando burbujas de aire providenciales, hasta que llegaron a una zona amplia e inundada que pondría en una prueba, al límite sus capacidades.
Una leve fosforescencia azul ahuyentó la negrura, cientos de miles de calamares luciérnaga iluminaron la pequeña gruta con su luminiscencia. Todos contemplaron el espectáculo, mudos por el asombro.

−  Tenemos que seguir buceando – susurró al cabo Adannos

Se adentraron en el agua brillante, pero antes de sumergirse del todo, un tiburón linterna llamó su atención con su fulgor verde intermitente.

−  Nos muestra el camino – murmuró Meydalish aunque ante el silencio todos la oyeron.

Bucearon, descansando en dos tramos en los que había el suficiente aire para continuar, hasta que emergieron en un lugar insólito.
Una caverna de cristales de aragonito y calcita, una geoda que envolvía al Templo de las Mareas, creada por el efecto exotérmico de aguas hidrotermales a bajas profundidades. El mismo templo estaba rodeado de geiseres y el calor unido a la humedad resultaban en un bochorno que los hizo traspirar a pesar de estar empapados.

El Templo de las Mareas destacaba al fondo mezcla de jades, olivinos, y peridotos que lo ornamentaban, destellaba verde con luz propia, aunque la mayor parte de su estructura era de serpentina. En el momento de aproximarse vieron cómo se acercaron serpenteando dos nagas con la parte superior de cuerpo femenino y una corona retráctil de hueso y membranas; cuatro brazos largos terminados en garras prensiles sujetaban una lanza y un cuchillo largo y curvos como las curvas de una serpiente.

−  El templo está prohibido a los mortales – bisbisearon con su voz sibilante y aguda.

−  Vaya si llegar hasta aquí ha sido un paseo ahora el recibimiento va a ser toda una fiesta – resopló Valnik a la vez que preparaba su arco

−  ¿Qué más quieres?, ser agasajado por las bellezas locales nada más llegar, es todo un privilegio – soltó con ironía Yamihele

−   Me he enfrentado a toda una suerte de criaturas marinas y he sobrevivido siempre persiguiendo mi propio beneficio, si he de morir por el bien común de nuestra raza, al menos será por los seres más fieros del mar – sentenció Dar Garuk y el sonido silbante de sus dadao reverberó por un momento en toda la gruta con un eco admonitorio.

Adannos se situó al lado de sus amigos, pero al instante Meydalish le exhortó a cumplir su destino:

−  Nosotros distraeremos a las guardianas, acepta nuestro sacrificio sin temor, llevamos años contigo por amor y lealtad, y por supuesto por la aventura que prometía este viaje, ve a convertirte en Dios.

−  En lo peor nunca habéis faltado a vuestra palabra y obligaciones, jamás habéis fallado en vuestro valor. Somos una familia extraña que seguirá junta sea donde sea – se despidió Adannos con lágrimas de alegría y dolor nublando su vista.

Adannos corrió hacía el templo mientras los guerreros se enfrentaban a las míticas nagas. Corrió con la sensación de angustia impregnada en el corazón sabía que sus amigos no resistirían mucho tiempo contra las nagas, la premura por encontrar el Cuenco del océano, la reliquia que los espíritus le habían mostrado que le convertiría en Dios de los mares, era acuciante.

Traspuso la entrada del templo y descendió una escalinata hacia el segundo nivel, allí exhausto se detuvo a recuperar el aliento, ante una puerta gigantesca y redonda con relieves de un mar tormentoso. La marca de su brazo emitió un leve brillo, la puerta empezó a desplazarse lateralmente hasta que Adannos vio una sala circular inundada de agua y en el fondo una hidra de cuatro cabezas dormida. En el centro de la sala había una plataforma circular con una rosa de los vientos en cuyo centro levitaba el Cuenco de los océanos. Adannos era consciente que, nada más entrar en la sala, las cabezas de la hidra le atacarían.

Los cuatro guerreros se empleaban a fondo para repeler a las bestiales criaturas, Valnik no paraba de lanzar flechas, pero o bien eran rechazadas o bien rebotaban en la piel coriácea de réptil. Yamihele cuya agilidad era admirable intentaba mantener a raya los ataques de los cuatro brazos. Con un movimiento arriesgado eludió un lanzazo y girando medio cuerpo paró el cuchillo curvado que por la fuerza del golpe partió su lanza. Saltó hacia atrás y desenfundó sus machetes dispuesta a morir matando, pero sin esperarlo un coletazo la envió al suelo.

Meydalish blandía sus yataganes contra el cuchillo de los brazos izquierdos y Dar Garuk hacía lo mismo con sus dadao contra la lanza de los brazos derechos. La naga furiosa giró sobre sí misma y de un tremendo golpe de cola lanzó por los aires a Meydalish que tuvo la suerte de caer en el agua. Dar Garuk aprovechó para lanzar dos tajos diagonales a la cola que restallaron como si un látigo hubiese chasqueado. Un trozo sajado de la cola hizo que la naga estallara de ira, su corona vibró en todo su peligroso esplendor, y su lengua bífida emitió un sonido estridente.

−  Ahora si la he cabreado, de verdad – farfulló el pirata en tanto se empleaba al máximo de su esgrima para rechazar la fiereza descomunal del ataque de la naga que había herido.

Adannos, embargado por el arrojo de un pirata al abordaje del barco enemigo, audaz cual capitán corsario en la búsqueda del tesoro deseado, osado cual asaltante de un castillo costero que guarda los impuestos de un noble, saltó hacia dentro, para su sorpresa su pie encontró apoyo como si un cristal le permitiera caminar por el agua. Siguió corriendo y mientras avanzaba hacia la plataforma vio cuatro cabezas emerger a la vez, con una explosión de agua, en su dirección, con la única intención de descuartizarle.

Yamihele se estaba batiendo en un duelo de veloces estocadas, quiebros y saltos. Valnik admiró la frenética lucha, Yamihele era una guerrera soberbia, incluso cuando la naga la atravesó el hombro derecho con su cuchillo, la indomable luchadora le asestó un machetazo a la naga que hizo bambolear su cabeza. Cuando se repuso, sin contemplaciones arrojó su lanza que pilló por sorpresa al arquero y lo ensartó contra una estalagmita. Valnik antes de perder el conocimiento pudo ver impotente como Yamihele era agarrada por los cuatro brazos y mordida por las fauces venenosas en la pierna.

Meydalish había intentado socorrer a Dar Garuk lo antes posible ante el furibundo ataque de la naga, pero no llegó a tiempo, el pirata tras recibir cuatro lanzazos y tres cuchillazos cayó arrodillado y aun así dijo:

−  Una muerte honorable y digna para un pirata salvaje y despiadado.

Un escalofrió recorrió a Meydalish que sintió como el ardor guerrero de una nómada del desierto le recorría cada fibra de su ser.
Enarboló sus yataganes y profiriendo el zaghareet, se enfrentó a su muerte henchida por el coraje de todo su pueblo perdido.

Adannos rodó por el suelo líquido, la feroz lucha contra las cabezas ofidias obligaba al joven a usar todos sus recursos, fintaba, esquivaba incluso eludía sus bocados mortales en el último instante. En un alarde de agilidad saltó pisando una de las testas serpentinas que, le sirvió de apoyo y de lanzadera. Voló girando sobre sí mismo como un trompo por la fuerza del impulso.Otras dos cabezas que venían por sendos lados chocaron al llegar tarde al paso de Adannos y la cuarta no pudo descender con la suficiente rapidez para abrir la boca pues se llevó un golpe en la garganta que la desplazó hacia atrás cuando Adannos frenó contra ella. El joven cayó de pie en la plataforma y sin pensarlo se lanzó a por el Cuenco de los océanos; gotas multicolores centelleantes lo rodearon y se dispersaron en una explosión desde la rosa de los vientos hasta el rincón abisal más recóndito del planeta.

Adannos se había convertido en el Dios de los piratas y de los mares.

Antes de sentir fenecer a sus cuatro compañeros, Adannos reclamó sus almas que en forma de torbellinos fueron hacia su deidad para servirle como arcontes.

Ya había oscurecido en la torre de Tolshar; Zumazún levantó la cabeza del libro sagrado y observó, en dirección al cielo nocturno en última instancia, el símbolo armónico de la tríada de los dioses hermanos titilar, con un fulgor intenso, en la constelación del triángulo.

Karuel Yanger

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